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Arquitectura

Arquitectura

Estrictamente la Arquitectura se puede definir como el arte o la ciencia de proyectar y construir edificios perdurables. Frente al resto de las artes, la arquitectura integra un fin estético con un claro fin utilitario; así presenta un aspecto técnico que sigue unas determinadas reglas, propias de su asociado la construcción, con el objeto de crear obras adecuadas a su propósito, al tiempo que como arte debe ser capaz de provocar un placer estético. 

Atendiendo a estos dos conceptos no se debe confundir la definición de Arquitectura como resultado, con la de las técnicas que hacen posible este resultado. En este sentido cabe preguntarse si toda construcción, por elemental que sea, es arquitectura, para concluir que por el contrario Arquitectura es el resultado de una intención consciente de crear, mientras que el simple conjunto de conocimientos sobre materiales y técnicas, medio para la ejecución del edificio ideado, es construcción.

Atendiendo a estos dos conceptos el tratadista romano Vitrubio fijó en el siglo I a.C. las tres condiciones básicas de la arquitectura: Firmitas, utilitas, venustas (‘resistencia, funcionalidad y belleza’). 

Y siguiendo estas dos premisas la arquitectura se ha materializado, en todas las culturas, con unas características peculiares. En las sociedades más desarrolladas ha producido variedades de estilos, de técnicas y de propósitos. Todo ello constituye lo que denominamos la Historia de la Arquitectura, frente a lo que se conoce como Teoría de la Arquitectura.

Pese a la claridad que aparentemente presenta la palabra arquitectura, definida como el arte de construir, no existe estrictamente una definición convincente y que ofrezca una validez universal. Cada etapa o cada corriente ha producido sus propias definiciones. Como tal, el concepto de arquitectura como ‘arte de construir’ fue empleado por Alberti en el primer tratado que existe, estrictamente, sobre teoría de la arquitectura, De re aedificatoria (1485); este autor, incluso en el propio título, desdeña, la idea de que la arquitectura fuera una simple aplicación matemática, como había expuesto Vitrubio. Sin embargo la denominación de arquitectura como ‘arte de construir’, procede de la tradición neoclásica francesa y no se incluye en los tratados escritos hasta después de 1750; pero es en el Renacimiento donde se empiezan a separar estas cuestiones, hasta entonces raramente se establece la distinción entre arquitectura y construcción, la arquitectura como arte y la construcción como técnica, al igual que es el momento en el que se varía la consideración del artista, que pasa de ser un trabajador manual a una persona que trabaja con el intelecto.

La arquitectura frente a las otras artes responde, en primer lugar, a una necesidad básica del hombre de cobijo y seguridad; y en segundo lugar, a una necesidad estética, de modo que ambas se convierten en un fenómeno inherente a la historia de la cultura, de la civilización, del pensamiento y de la religión, durante siglos. Así la arquitectura, con independencia de las diferencias que determinan las distintas técnicas constructivas y los diferentes estilos estéticos, presenta una unidad temática entre las realizaciones, sean de culturas contrarias o de diversos períodos; es decir, todas las culturas y los distintos periodos han construido viviendas, palacios, templos, edificios públicos, etc., aunque estas construcciones presenten una disparidad formal y estilística tan enorme, como la existente entre un zigurat mesopotámico y una catedral gótica.

Una de las características determinantes de la arquitectura a lo largo de los siglos y que, de alguna forma, la distancia del resto de las denominadas Bellas Artes, es que está construida para perdurar; esta idea determina que muchos edificios no siempre hayan desempeñado el mismo papel que actualmente les atribuimos, y que por supuesto cuando se construyeron apenas valoraran la función artística ya que imperaba, ante todo, la función utilitaria. Éste sería el caso de una gran parte de la arquitectura doméstica y específicamente de la denominada arquitectura popular, o los ejemplos, tan de moda, de rehabilitación de edificios históricos a los que se asignan nuevos usos, palacios convertidos en museos, conventos utilizados como oficinas, castillos transformados en hoteles, murallas destinadas a parques, etc. Pero no sólo se ha alterado su uso, sino también su aspecto, integrándose dentro de la memoria arquitectónica colectiva, con una imagen distinta de lo que fue el edificio original. Es difícil imaginar el efecto que producirían los templos griegos con su pintura original después de nuestra costumbre de verlos degradados y con sus materiales al descubierto. Muchos edificios medievales o barrocos no presentaban sus materiales vistos, especialmente cuando habían sido construidos con ladrillo, sino que estaban enlucidos y, con frecuencia, encalados. Sin embargo, la moda por los materiales vistos y el rechazo de los revestimientos de la arquitectura contemporánea ha determinado que en las intervenciones realizadas en los monumentos para su conservación se hayan seguido unos criterios que alteran y modifican sensiblemente la apariencia original de los edificios. Éstos abandonan la función para los que fueron creados, y en muchos casos también su aspecto, y adquieren el valor que les concede la Historia de la Arquitectura y es este valor el que determina su conservación y, en casos, su adaptación a nuevas funciones.

A menudo se ha acometido el estudio de las obras de arquitectura desde el concepto, nacido en el siglo XVIII, de monumento, es decir, obras aisladas que en sí mismas o por el arquitecto que las construyó merecen tener este calificativo; siguiendo esta idea sobre las construcciones excelentes, la historia de la arquitectura, y a través de ella la valoración de la Arquitectura, se ha realizado mediante el estudio de obras muy concretas, paradigmáticas de un estilo, y de un conjunto de grandes arquitectos. Así la arquitectura, que es en sí misma una actividad continua y orgánica de la labor humana, enraizada dentro de las más profundas necesidades del hombre, tanto físicas como espirituales, ha sido entendida como una sucesiva reunión de construcciones singulares, de arquitectos destacados y de estilos que surgen como respuesta rebelde al estilo anterior, como profunda reacción. Ésta es actualmente, y ha sido, la historia de la arquitectura, tal y como se puede ver en los párrafos que siguen. Pero por encima de esta visión, la arquitectura, como ya se ha señalado, es un todo continuo y orgánico, que responde no sólo a la necesidad humana de cobijo, sino a la necesidad más amplia de civilización. 

La historia de la arquitectura ha olvidado durante mucho tiempo una parte fundamental y muy numerosa de las construcciones realizadas por el hombre, en realidad se puede decir que la historia de la arquitectura se ha ido componiendo como una historia de olvidos. Por una parte, ha olvidado un enorme conjunto de construcciones, enorme en cuanto a número y en cuanto a repercusión, que fueron reflejo de cada uno de los estilos artísticos en los que se engloban, pese a no ser obras sobresalientes de los mismos; a través de estas construcciones se puede conocer la repercusión real de un estilo artístico, la adaptabilidad de sus propuestas a las necesidades y a las costumbres de una determinada comunidad, o la incidencia que la nueva estética tiene en esa comunidad. Pero la historia de la arquitectura no sólo ha olvidado esto, sino también el enorme conjunto de construcciones que quedan englobadas de forma genérica en lo que se denomina arquitectura popular, pese al sinfín de matices que este conjunto presenta y a las dificultades que existen para trazar la línea que separa las construcciones populares de las que no lo son. 

A esto hay que añadir que la historia de la arquitectura se ha escrito muchas veces como una historia de la estética de la arquitectura, olvidando, aunque disimuladamente, su componente de funcionalidad; el arquitecto es ante todo un intelectual, un artista, y la arquitectura es por encima de cualquier otra consideración “arte”. 

Con estas visiones restrictivas la historia de la arquitectura ha amputado de su estudio amplios conjuntos de construcciones que explican cada una de las culturas a las que pertenecen desde sus motivos más propios e internos, pero que además nos hablan de sus desarrollos económicos, de sus necesidades y creencias religiosas, de sus formas de gobierno, etc. La arquitectura se convierte en una de las fuentes más ricas y complejas desde la que se puede abordar la historia de las civilizaciones.

Pese a los nuevos planteamientos que las metodologías modernas han introducido en el estudio de la Historia del Arte, en general, y de la Historia de la Arquitectura en particular, lo cierto es que esta historia, valorada en su conjunto, está todavía por escribir. Y son los problemas y los condicionamientos de la arquitectura del presente los que van determinando un lento cambio de actitud hacia la percepción de las obras del pasado. Así, han sido los profundos problemas urbanísticos que plantean las nuevas ciudades, y las despiadadas destrucciones de las ciudades históricas, los que han determinado un creciente auge de los estudios de urbanismo histórico, unido esto a la necesidad de entender cada arquitectura construida en el contexto general de la ciudad. La degradación, mutilación y alteración experimentada por la ciudad histórica ha llevado a la reconsideración de conjunto y no de monumento, como categoría de protección, pero también como forma de abordar el estudio y el conocimiento de las arquitecturas; de la obra concreta se da paso al estudio de la ciudad, la ciudad entendida como obra de conjunto.

Distinción entre la Historia y la Teoría de la Arquitectura

  Pese a sus limitaciones actuales, la historia de la arquitectura ha permitido conocer una parte del legado arquitectónico recibido. Sin embargo, la distinción entre la Historia y la Teoría de la arquitectura es una invención relativamente reciente, por lo que el estudio histórico de la arquitectura es también una disciplina incipiente. Estrictamente, como idea no surge hasta la mitad del siglo XVIII, cuando en 1758 Julien-David LeRoy publicó Les Ruines des plus beaux monuments de la Grèce, escrito donde se analizan los edificios de la época de Vitrubio desde dos perspectivas diferenciadas, la de la historia y la de la teoría de la arquitectura. Aunque la separación académica de ambas disciplinas no se produjo hasta 1818, cuando se establecieron dos cátedras diferenciadas en la Escuela de Bellas Artes de París; precedente de este hecho es el curso específico sobre Historia de la Arquitectura que, desde 1750, impartía Jacques-Francois Blondel, que consideraba la Historia de la Arquitectura como una sucesiva enumeración de referencias literarias.

Sin embargo, el moderno concepto de Historia de la Arquitectura deriva, como se ha indicado, del movimiento intelectual del siglo XVIII que desarrolló los conceptos de razón, naturaleza, y hombre, a través de los cuales se llegó a la teoría del evolucionismo y a su aplicación a cada rama del conocimiento. Las ciencias, especialmente naturales y sociales, fueron consideradas en su secuencia histórica. En la filosofía de la arquitectura, como en el resto de las filosofías, la introducción del método histórico no solamente facilitó la enseñanza de estos temas, sino que también favoreció la elaboración de la especulación teórica. Persuadidos por estas ideas, a los estudiosos les resultaba más interesante hablar de la historia de la arquitectura que de la arquitectura en sí misma, más cautivador discutir las diferencias o coincidencias de cada época arquitectónica que reflexionar sobre métodos prácticos que resolvieran los problemas del momento. 

La importancia concedida a la historia, desde el pensamiento evolucionista, y a partir de él por el movimiento romántico, tuvo como resultado, en arquitectura, no sólo el desarrollo de los estudios de historia de la arquitectura, sino una actitud activa hacia ese pasado que se concretó en los denominados estilos historicistas, los “neos”, con especial incidencia del neogótico que, en su faceta más racional, pragmática y científica, ayudó a la conclusión y restauración de muchas catedrales europeas, y al conocimiento profundo de este estilo con la división de escuelas regionales y cronologías, así como a la solución de ciertos problemas estructurales aportados por estudiosos como Eugène Emmanuel Violet-Le Duc.

Si se ha definido la Arquitectura como ‘el arte y la técnica de construir edificios’, se debe precisar que en este hecho emplea los recursos de la práctica y expresión requeridos por la civilización donde se produce. Toda sociedad sedentaria posee técnicas de construcción, produce arquitectura, ya que éste es un hecho necesario incluso en las culturas menos desarrolladas. El hombre, obligado a luchar contra los elementos, consigue con la arquitectura no sólo una defensa eficaz contra el medio, sino también una forma de humanizarlo, requisito y símbolo del desarrollo de una civilización.

Tipos de Arquitectura

  La Arquitectura surge sólo cuando existe la necesidad de ella, para colmar las expectativas de un individuo o de un grupo. Las leyes económicas evitan que los arquitectos, para emular a otros artistas, realicen obras para las cuales la demanda es inexistente o sólo potencial. Así, los tipos y usos de la arquitectura dependen de las necesidades sociales; los tipos están establecidos no por los arquitectos sino por las sociedades; la sociedad fija las necesidades y asigna al arquitecto el trabajo de descubrirlas, transformarlas en idea y llevarlas a la práctica. Atendiendo a estas necesidades podemos decir que los tipos básicos de arquitectura son: doméstica, religiosa, social, industrial, comercial, etc. A cada uno de ellos vamos a dedicar unas breves líneas.

Arquitectura doméstica

  La arquitectura doméstica, es decir, los edificios de vivienda, está producida por una unidad social básica, que puede ser el individuo, la familia, o el clan y sus equivalentes. Esta arquitectura cubre las necesidades básicas de albergue y seguridad del hombre, y como tal puede ser una arquitectura muy simple, reducida a un único espacio, pero al tiempo puede ser una arquitectura muy compleja que reúna en sí no sólo las necesidades básicas de vivienda, sino también las necesidades económicas básicas de una unidad familiar, agrícolas, industriales o comerciales.

Si esta arquitectura doméstica está desarrollada por las elites de poder, tendrá que atender a diferentes funciones; los grupos poderosos construyen casas, villas, jardines o palacios de recreo, en las que prima por encima del fin utilitario, de albergue, seguridad, etc., un fin simbólico, expresión de la distinción de clase; estos edificios tienen que ser aptos para disfrutar de una infinita variedad de actividades domésticas conectadas con la posición del individuo que los posee. Pero además esta arquitectura, en principio doméstica, puede desarrollar funciones de otro tipo, por ejemplo los palacios de las antiguas monarquías no eran sólo y privadamente la casa del rey y su familia, sino que en ellos se reunían órganos de gobierno, administraciones, etc. En este sentido es modélico el palacio de Versalles, que posee una ciudad en sí mismo, una ciudad desarrollada para cubrir las necesidades derivadas de la lujosa vida de la Corte de Luis XIV.

Un tercer tipo de arquitectura doméstica, son los edificios de vivienda. En ellos se reúne la idea de comunidad con la idea de privacidad. Las viviendas grupales han existido desde siempre en las distintas culturas, si bien presentado matices muy diferenciados; han existido viviendas comunales en formas de organización igualitaria; el sistema feudal definió el castillo como un ámbito comunal donde se reunían todas las clases sociales, y donde todos tenían cobijo y protección. El imperio romano, y fundamentalmente la ciudad de Roma, desarrolló los edificios comunales de apartamentos, con un criterio más cercano la idea actual de bloque de viviendas. Sin embargo fue a partir del siglo XVII, pero especialmente en el XVIII y XIX, cuando este tipo de vivienda se hizo popular y empezó a ser muy utilizada por la alta burguesía de las ciudades. Concretamente en el XIX, los grandes ensanches de la ciudades históricas determinaron la aparición de bloques de apartamentos de una extraordinaria calidad, donde la idea de alineación, clasicismo y uniformidad fue dominante. Con todo, no ha sido hasta el siglo XX, con el avance en diferentes campos, la utilización de las grandes estructuras de hierro y hormigón, la aparición de los ascensores, las calefacciones centrales, etc., cuando estos edificios de apartamentos se construyen con un gran número de pisos, hasta llegar a los denominados rascacielos, y cuando estos edificios se popularizan y se convierten en la forma de cubrir la acuciante y cada vez mayor demanda de viviendas baratas. La industrialización, el abandono del campo y la aglomeración de población en las ciudades determinan una presión sobre el suelo y una demanda de viviendas que se resuelve con la construcción de estos bloques de apartamentos, ahora de dudosa calidad y destinados a las clases de menos recursos económicos.

Arquitectura religiosa

La historia de la arquitectura se concentra de forma más intensa en los edificios religiosos. Dada la importancia de la religión en las distintas civilizaciones, este tipo de edificios constituyó con frecuencia uno de los elementos más significativos producidos por los artistas de cada cultura.

La tipología de edificios religiosos es muy compleja; las necesidades que debe cubrir un edificio religioso son esencialmente distintas de las desarrolladas por la arquitectura doméstica, al tiempo que en cada religión las funciones y los ritos son de muy diferente naturaleza, de tal forma que, las características constructivas y arquitectónicas de los templos varían considerablemente de una religión a otra, debido, fundamentalmente, a las diferencias en su liturgia, a sus rituales, y a los distintos conceptos que cada cultura desarrolla de la divinidad y la relación de ésta con los creyentes. 

El templo es un edificio destinado al culto religioso y a la protección de las imágenes, reliquias y espacios sagrados, es por tanto un lugar de recogimiento y reflexión. En las antiguas religiones los templos no tuvieron un uso comunal. En el antiguo Egipto y en India eran considerados la residencia del Dios, de ahí que la entrada en ellos estuviera prohibida y sólo reservada a los clérigos. En la antigua Grecia contenían la imagen del Dios y eran accesibles al culto, pero los servicios religiosos se desarrollaban en la fachada principal del templo y fuera de él. En las antiguas culturas mayas y aztecas los templos fueron erigidos en altura con forma de pirámide, y sólo miembros privilegiados de la sociedad podían acercarse. Frente a esto, el cristianismo, el budismo, el judaísmo y el Islam entienden el templo como un lugar de la comunidad donde se desarrollan los ritos religiosos. Los edificios construidos por estas religiones tienen esencialmente unos planteamientos idénticos, debido a que responden a una común necesidad: que el mayor número de fieles acceda al punto focal donde se desarrolla el servicio religioso. Consecuentemente los musulmanes han adoptado la tradición de las iglesias bizantinas, las modernas sinagogas apenas se distinguen de las iglesias, y el protestantismo absorbe la arquitectura católica con una pequeña revisión, eliminación de capillas y de símbolos de decoración.

El complejo programa que después desarrolla cada religión, lugares para diversas actividades, demanda soluciones arquitectónicas especificas; por ejemplo, baptisterios, campanarios, salas capitulares en la religión cristiana, minaretes en la musulmana. Las modernas sectas demandan un espacio para la educación religiosa cercano al templo. El catolicismo y las religiones asiáticas han producido, además, monasterios, conventos y abadías, donde está conectado el lugar de culto con las zonas de vivienda -que acomodan la organización del espacio religioso con el doméstico, el industrial, el agrícola, etc.

Arquitectura funeraria

Este tipo de arquitectura surge por la creencia del hombre en la existencia de otra vida después de la muerte, y en la necesidad de dejar una memoria permanente en este mundo. El arte funerario, de forma general, no es siempre arquitectura, puesto que es puramente simbólico y por lo tanto «situable» en el tratamiento escultural; sin embargo, sí que ha producido tipologías de edificios específicos que han tenido un rico desarrollo a lo largo de los siglos: desde los menhires o los dólmenes, construcciones megalíticas con fines mortuorios, hasta las tumbas monumentales que se produjeron en el antiguo Egipto, creando tipologías tan específicas como las pirámides, o en la Grecia helenística, con la aparición de un nuevo y específico edificio, el mausoleo, cuyo mejor ejemplo es el de Halicarnaso. La antigua Roma continuó con la costumbre de construir mausoleos, como la tumba de Adriano, sin embargo la Edad Media rompió con esta tendencia. Su visión teocéntrica del mundo llevó al enterramiento en el interior de los templos y al desarrollo escultural de los mismos. El Renacimiento y su culto a la fama y a la memoria del difunto determina la aparición de panteones, normalmente asociados y como una parte más de las iglesias. El más destacado de los panteones renacentistas es la Capilla Medici de Miguel Ángel. Este tipo de panteones o mausoleos se construyeron también en Asia, cuyo mejor ejemplo es el Taj Mahal, o en India, con Uttar Pradesh.

Fundamentalmente durante el Renacimiento y el Barroco, el culto a la muerte desarrolló otro tipo de arquitectura, las denominadas arquitecturas efímeras, los catafalcos o túmulos levantados en las iglesias para celebrar solemnes exequias por los difuntos. 

Aunque modernamente se ha abandonado esta costumbre, se puede afirmar que las actuales tumbas representan en parte la vitalidad perdida de esta arquitectura funeraria. Sin embargo, en la actualidad se han realizado importantes muestras de mausoleos destinados a la memoria de un hombre público, el monumento a Víctor Emmanuel II en Roma, el mausoleo de Lenin en Moscú, o con un mayor carácter escultural, como El monumento a los caídos de Walter Gropius en Weimar.

Arquitectura institucional

El desarrollo de la arquitectura institucional o gubernamental es tan extenso como el de la arquitectura religiosa, con la diferencia de que las funciones a las que deben adaptarse los edificios son similares en todas las sociedades: legislar, administrar e impartir justicia son las funciones básicas que debe cubrir el Estado. 

Pese a estas funciones básicas y generales propias de todas las sociedades, la arquitectura institucional y las tipologías de edificios producida por la misma difiere de acuerdo con la relación que se establece entre el gobernante y el gobernado. Cuando las funciones gubernamentales están centralizadas en manos de un único individuo, puede existir simplemente la residencia del propio gobernante como edificio institucional; pero igualmente las funciones pueden estar divididas, y se ubican en diferentes edificios con actividades especializadas. No existen, sin embargo, unas tipologías claramente definidas en la arquitectura institucional, sino que los edificios se van adaptado a las necesidades que exige la práctica del gobierno: lugares o espacios reservados a zonas de deliberación, pasando por despachos y oficinas administrativas. 

Las distintas tipologías de edificios van surgiendo como respuesta a los diferentes sistemas de organización, monarquía, teocracia, democracia, etc. Los gobiernos que ejercen el poder con gran autoridad y superioridad utilizan la arquitectura para manifestar esta prepotencia, producen, por tanto, edificios de una monumentalidad desproporcionada con los servicios a la comunidad. Ejemplos de esta situación hay a lo largo de toda la historia, desde los palacios de los faraones egipcios. En muchas ocasiones estos gobernantes toman atributos propios de la arquitectura religiosa en su simbolismo. 

Frente a esto, los gobiernos democráticos tienen la responsabilidad de expresar en su arquitectura el sentimiento de la propia comunidad. En este sentido el proceso democrático de las ciudades-estados griegas y de las ciudades libres medievales, produjo una arquitectura a escala doméstica integrada en la trama urbana, creando un todo con la propia ciudad. 

El crecimiento general de la burocracia y el aumento de la complejidad de las funciones del gobierno en el siglo XIX, y sobre todo en el siglo XX, ha creado una gran variedad de edificios para usos específicos como capitolios, edificios del parlamento, cortes, casa de moneda y timbre, oficinas de correos, embajadas, archivos, secretarias, ministerios, etc.; cada uno demanda una solución arquitectónica especializada, por lo que se puede afirmar que la burocracia ha creado la arquitectura gubernamental más importante de la historia.

Arquitectura del bienestar y de la educación

Las instituciones públicas destinadas al bienestar ciudadano son las que, en la actualidad, proporcionan los recursos para la educación, la salud y la seguridad. Tradicionalmente muchas de estas actividades han sido asumidas por la iglesia o por el estado, pero requieren soluciones arquitectónicas que, por su propia especificidad, se alejan de la arquitectura religiosa o de la institucional comentadas.

La tipología de edificios que han requerido estas necesidades sociales, no puede analizarse a lo largo de la historia debido a que la aceptación de la responsabilidad del bienestar de la comunidad ha diferido en grado en cada sistema social. Los edificios destinados a este bienestar social, escuelas, hospitales, etc., rara vez eran considerados necesarios en la antigüedad, en la mayoría de la arquitectura asiática y en la Edad Media temprana; por ejemplo las necesidades de atención a la salud en Grecia se centraron en los recintos destinados al dios Asclepius, considerado un dios curativo, o en las culturas asiáticas, en los templos y recintos budistas. Por su parte, el imperio romano desarrolló una grandiosa arquitectura destinada a ofrecer servicios públicos, abastecimiento de agua, alcantarillado, etc. de la cual son una magnífica muestra los acueductos supervivientes. En la Edad Media surgieron tipologías concretas de edificios destinados a estos servicios.

En cuanto a los servicios educativos se puede hablar del nacimiento de las universidades y de la aparición de edificios destinados a estos fines; Oxford, Cambridge, París, o las magníficas de Salamanca y Alcalá de Henares, son algunos de los primeros ejemplos. También surgen en este momento los primeros hospitales, en principio adjuntos a los monasterios, conventos o iglesias, y más tarde como edificios independientes, entre los que destacan los hospitales creados a lo largo del Camino de Santiago, o con una estructura ciudadana el Hospital de los Inocentes de Florencia. Las cárceles surgieron también en este momento, aunque originalmente para este fin se utilizaban estructuras militares, como por ejemplo la Torre de Londres o el Bargello en Florencia, pero lentamente se fueron construyendo edificios específicos, que son ya comunes a finales del siglo XVIII y principios del XIX, entre ellas destaca la Prisión George Dance’s Newgate de Londres.

El siglo XIX marca el punto en el que los servicios de la salud y de la educación se empiezan a generalizar y se convierten en un derecho público, lo que determina la aparición de una creciente y constante necesidad de soluciones arquitectónicas especializadas. Se estandarizan tipologías de hospitales, de cárceles o incluso de escuelas, destinadas a la enseñanza, desde la guardería hasta la Universidad. Desde el siglo XIX existe una creciente demanda y una continua investigación arquitectónica y es, sin duda, el siglo XX el que ha ofrecido los mejores ejemplos.

Arquitectura recreativa

Pocas actividades recreativas requieren la utilización de tipologías de edificios propias hasta que no se organizan como eventos públicos. A partir de este momento se tiene que prever la participación activa o pasiva de individuos, como ocurre con la mayor parte de los acontecimientos deportivos, funciones musicales, obras dramáticas, o en actividades privadas pero que se realizan en edificios públicos como baños, museos, bibliotecas. 

A través de la Historia, la necesidad de entretenimiento es una constante en el hombre; el tipo de entretenimiento puede cambiar dependiendo de la cultura de la clase social, del grupo religioso etc., pero, al igual que ocurre con la arquitectura doméstica, la necesidad de una arquitectura destinada a las actividades de ocio y recreación con carácter público es constante. Esta arquitectura debe responder a diferentes necesidades, si la participación del individuo es pasiva, debe poder ver y oír cómodamente, si su participación es activa, debe encontrar los espacios requeridos para desarrollar la actividad elegida. 

En la mayoría de las culturas la institucionalización de las actividades de entretenimiento tiene su origen en los ritos religiosos, desde los cuales gana independencia.

Existen actividades recreativas que han creado unas tipologías arquitectónicas específicas. Tal vez una de las más destacadas y constante sea el teatro. El teatro como actividad y como tipología arquitectónica tiene su origen en Grecia, con los ritos del dios Dionisos. En un primer momento los teatros fueron instalaciones temporales y al aire libre, donde se utilizaban las cuestas y las curvas naturales de las laderas para atraer al espectador y evitar la necesidad de subestructuras. Lentamente estas estructuras se hicieron permanentes.

El teatro se monumentalizó y se modificó con los romanos; la utilización de arcos y bóvedas permitió la construcción de gradas inclinadas para los espectadores en terrenos llanos. En la Edad Media, fueron los templos y ciertas estructuras temporales los que se utilizaron para la representación de obras teatrales. En el Renacimiento la tipología de edificio revivió con la misma tipología que el romano, el mejor ejemplo es el Teatro Olímpico de Andrea Palladio en Vicenza.

El siglo XVII desarrolló nuevas formas de actividad escénica, la ópera, el ballet, el teatro. Por tanto, la tipología de edificio se renueva y se adapta para satisfacer la necesidad de distinción de las clases económicamente superiores, así se construyen teatros como el Farnese en Parma, o el Residenztheater en Munich.

La tipología del edificio se fija en una estructura de plano inclinado hueco, donde se acomoda la grada rectangular o en herradura, con una cubierta permanente que permite una iluminación artificial.

De características muy parecidas al teatro es el Auditorio que se suele distinguir del primero por una ausencia de los elementos propios de la escena y por tener un mayor tamaño y capacidad. Los auditorios se suelen destinar a conciertos de todo tipo y a grandes concentraciones de personas para escuchar a uno o varios individuos. Como una derivación propia de la tipología del teatro, en los años centrales del siglo XX tuvieron un gran auge los cines, que suelen presentar una zona de gradas y una zona de escena, pero sin la misma.

En cuanto a los recursos deportivos, la práctica del deporte, y sobre todo la idea de la competición pública de esta práctica y el convertirla en una diversión pública, es propia del mundo clásico. En Creta y en Grecia el deporte fue una actividad sumamente valorada, aunque las instalaciones propias para su cultivo, como arenas deportivas, circuitos o piscinas son más características del mundo romano, que creó tipologías de edificios específicas destinadas a esta actividad, como el circo destinado a las carreras de carros, el estadio o el anfiteatro.

La tradición clásica del deporte quedó interrumpida en la Edad Media y, aunque se retomó la práctica deportiva como tal en el Renacimiento, no fue hasta el siglo XIX cuando se volvió a convertir en un espectáculo y un entretenimiento público. En la actualidad los diseños de estadios y pistas de arena difieren relativamente poco de lo que fueron el Coliseo romano y el Circo Máximo, aunque se ha reforzado la construcción de grandes tribunas. Destacan el estadio de Florencia, el de Helsinki, o el de la Universidad Autónoma de México. Los deportes que no tenían ningún precedente en la antigüedad clásica, como el baseball, han creado estructuras arquitectónicas que son variaciones del estadio. 

Los edificios públicos de Museos y Bibliotecas tienen su origen igualmente en la antigüedad clásica, aunque también aparecen sin ninguna conexión en la antigua China y Japón. Los ejemplos más tempranos se encuentran en la acrópolis del Pérgamo helenístico y del Éfeso romano. 

Durante la Edad Media, los museos fueron inexistentes, no así las bibliotecas, que se recogieron en los monasterios y en ellos se destinó una estancia propia a su custodia. Fue en el Renacimiento y en el Barroco cuando estas actividades cobraron una enorme vigencia. Las grandes colecciones de objetos curiosos, antiguos o de obras de arte son el precedente real de nuestros actuales museos, y ya desde el Renacimiento se construyeron zonas especiales destinadas a la exhibición de los mismos, aunque siempre de carácter privado. El ejemplo más conocido es la Galería de los Uffizzi, destinada a la exhibición de la colección de obras de arte de los Medicis. Igualmente las bibliotecas, que desde siempre habían sido custodiadas en salas especialmente destinadas para alojarlas, adquieren ahora un auge mayor; la más representativa es la Biblioteca Laurenziana proyectada por Miguel Ángel. 

Pero este tipo de actividad no se hizo pública hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX y fue en este momento cuando se construyeron edificios específicos destinados a Museos o Bibliotecas. Adquirieron, sobre todo los primeros, un gran protagonismo en la arquitectura del siglo XX. Entre ellos destaca el Museo Guggenheim de Frank Lloyd Wright en Nueva York, aunque la importancia concedida a estos edificios hace que la totalidad de los grandes arquitectos de la segunda mitad del siglo hayan participado en proyectos de este tipo, desde Mies y Kahn hasta Stirling, Venturi, Moneo, Piano, Meier o Gehry.

Arquitectura industrial y comercial

La arquitectura industrial y comercial responde a la necesidad de intercambio, de transporte, de comunicación, de fabricación, de almacenaje, etc., es decir, a todas las exigencias de la actividad económica del hombre. Hasta la revolución industrial estas actividades no eran especializadas, se resolvían dentro de la arquitectura doméstica. Solamente el lugar del mercado requirió en alguna ocasión una estructura arquitectónica especial. Sin embargo, la revolución industrial y el inicio de la producción en masa determinaron que el número de personas destinadas a una misma actividad en el mismo lugar se incrementara radicalmente, lo que obligó al diseño de lugares de trabajo para gran cantidad de personas. La revolución industrial afectó profundamente a las técnicas y a las tipologías arquitectónicas. A través de la introducción de la máquina y la producción en masa, la vida económica salió del ambiente doméstico, en el que se había movido desde siempre, a un área dominada más por los procesos y los dispositivos que por los individuos, lo que originaba la necesidad de edificios especializados para tales fines, edificios de oficinas, almacenes y mercados, para el intercambio de mercancías; fábricas, minas, laboratorios, plantas de transformación para la producción; caminos, puentes, túneles, estaciones de ferrocarril, aeropuertos, etc., para el transporte; estructuras para la transmisión y recepción del teléfono, la radio, la televisión, el periódico, los libros, etc., para la comunicación; presas, centrales de energía, etc., para la distribución de energía.

Dentro de este largo listado de tipologías de edificios especializados en actividades económicas, se pueden distinguir dos tipos básicos: aquellos edificios en los que la actividad humana es la principal preocupación, que se han mantenido dentro de tipologías arquitectónicas tradicionales, como por ejemplo los bancos, que originalmente tomaron como modelo los templos romanos, y, por otra parte, aquellos que han prestado una mayor atención a la máquina, que han determinado la aparición de modernas fábricas y edificios especiales.

El proyecto arquitectónico

El arquitecto debe tener en cuenta en su proyecto arquitectónico tres elementos que, generalmente, van a condicionar de forma global todo su trabajo. Éstos son el emplazamiento, la tipología y el coste de un edificio. Es decir, el emplazamiento va a determinar las variaciones que, dependiendo del medio natural, se han de introducir en un edificio para que éste se pueda ajustar a las necesidades físicas invariables de los seres humanos. La tipología determina la estructura, requerida por la sociedad, a la que debe ajustarse el edificio dependiendo del uso al que esté destinado. El coste implica la suma económica a la que debe quedar sujeta la realización global de ese edificio. 

Así, el acto de realizar un proyecto arquitectónico es un proceso de particularización del mismo y, en última instancia, de coordinación de las demandas de los individuos y las del medio natural, el uso y la capacidad económica. Este proceso tiene un valor cultural y también utilitario, porque al crear un proyecto arquitectónico destinado a la práctica de alguna actividad social, el arquitecto desarrolla una influencia inevitable en la forma en la cual se lleva a cabo esta actividad.

El emplazamiento

El entorno natural es, inmediatamente, un obstáculo y una ayuda en un proyecto arquitectónico. Para hacer edificios habitables y cómodos, se debe controlar los efectos naturales -el calor, el frío, la luz, el aire, la humedad, etc.-, y prever las posibles fuerzas destructivas -el fuego, los movimientos sísmicos, las inundaciones, etc. Los métodos para controlar este medio natural deben estar previstos y ser recogidos en el proyecto. Este entorno natural ha condicionado durante siglos la construcción, así la denominada arquitectura vernácula o popular recoge como principal característica la adecuación al medio natural en que se gesta; incluso, esta adecuación al medio ha creado, en la antigua China, toda una filosofía sobre la forma de construir edificios, el denominado Feng Shui, que enseña a vivir de acuerdo con las fuerzas del entorno.

La orientación, es decir, la disposición de las partes de un edificio, debe estar dirigida a controlar los efectos del sol, del viento, de las precipitaciones, y de todos los agentes climáticos. 

Dentro de los edificios, el eje y la colocación de cada espacio determina la cantidad de sol que recibe. La orientación puede controlar la circulación del aire, reducir las desventajas de la lluvia y de la nieve, teniendo en cuenta que las características climáticas son poco variables y por tanto se pueden prever. Las características del ambiente inmediato también influyen en la orientación, los árboles, los edificios circundantes, la existencia de carreteras, etc., modifican las condiciones climáticas generales, intensificándolas o disminuyéndolas. 

A lo largo de la historia de la arquitectura se ha ido diseñando una serie de elementos estructurales que pueden modificar estos efectos de las fuerzas naturales, por ejemplo los aleros, las molduras, los resaltes, los pórticos, sirven de eficaz protección contra la lluvia. Los tejados están diseñados para verter y drenar el agua y la nieve. Las paredes están diseñadas mediante un espesor, una estructura y un tipo de material, para aislar del frío y aprovechar el calor interior o al contrario. Estas mismas paredes, cuando están correctamente selladas y protegidas, son la principal defensa contra el viento y la humedad. Las ventanas y los materiales con los que se cubren son los elementos principales por los que se puede controlar la luz natural, la cantidad, la distribución, la intensidad, etc. La importancia dada a cada uno de estos elementos estructurales en el edificio, incluso, ha caracterizado determinados estilos artísticos. La masa de los muros sin apenas huecos caracterizó al Románico y la transparencia de las vidrieras de sus amplios ventanales caracterizó al Gótico.

Igualmente el color tiene un importante papel en el proyecto arquitectónico, además de una enorme calidad expresiva, tiene también una función utilitaria, por su capacidad de absorber o reflejar la luz y el calor, lo que le convierte igualmente en un medio efectivo para controlar el medio natural. 

La opción por los materiales que se han de utilizar puede condicionar todo el proyecto arquitectónico. Estos materiales deben cumplir dos condiciones, en primer lugar soportar las características ambientales, y en segundo, ser útiles a la función que se les quiere asignar. La arquitectura tradicional ha sido sabia en la adaptación de los materiales del entorno más próximo a las necesidades arquitectónicas y han sido los materiales más que ningún otro elemento los que han conformado las formas de esta arquitectura.

Pero, cualquiera de estos elementos puede quedarse fuera del control del proyecto arquitectónico; en un ambiente urbano, por ejemplo, se restringe la libertad en la elección de la orientación de los edificios, y las formas arquitectónicas tradicionales no pueden resolver los problemas propios de él: humos, suciedad, ruido, olores, etc. 

Las agresiones del medio no se controlan exclusivamente mediante el diseño de la estructura del edificio, sino que también se debe controlar en el proyecto de los interiores del mismo. 

El acondicionamiento desempeñó un pequeño papel hasta la introducción de los sistemas mecánicos y eléctricos en el siglo XIX. Hasta ese momento casi el único modo de calefacción fue la chimenea, aunque los romanos anticiparon un sistema de agua caliente como calefacción; para alumbrarse se utilizaron lámparas y velas movibles y, por tanto, se encontraban más dentro de las preocupaciones propias del mobiliario, que dentro de las de la arquitectura. Igualmente los tapices y colgantes fueron utilizados con propósitos acústicos y como forma de evitar corrientes de aire.

Actualmente la calefacción, los aislantes, el aire acondicionado, la iluminación artificial y los métodos acústicos representan un papel fundamental en el proyecto arquitectónico. La industrialización ha permitido una mejora de las condiciones de comodidad que permite al arquitecto diseñar libremente sin ajustarse estrictamente a los tradicionales condicionantes del medio natural.

La tipología del edificio. Proyecto de uso

La planificación de los usos o funciones de un edificio determina, de forma global, la tipología de edificio que se ha de elegir. Cada actividad humana presenta unas necesidades propias, el arquitecto debe analizar y ofrecer una solución a los requisitos demandados; esta solución se encuentra analizando y diferenciando los espacios para las distintas funciones a las que está destinado y facilitando la circulación entre estos espacios.

El número de funciones que requieren espacios diferentes dentro de un edificio dependen no sólo del tipo de edificio, sino también de los condicionantes propios de cada cultura, así como de los hábitos de patrones individuales. Una casa primitiva tiene un solo cuarto con un área de hogar, mientras que una casa moderna tiene separada la cocina, el área de comer, la de dormir, etc. Una habitación de encuentro con un pasillo es suficiente para los servicios religiosos de los cuáqueros, mientras que una catedral católica requiere una nave, un ábside, pasillos, coro, capillas, cripta, sacristía y deambulatorio. 

La planificación de espacios diferenciados ha de tener en cuenta el diseño general (el emplazamiento, el tamaño, la forma, las condiciones ambientales, el orden etc.), el uso al que está destinado (el número de usos y su carácter, la duración, el momento, la frecuencia, la variabilidad, etc.) las personas que van a utilizarlo (el número, el comportamiento, el sexo, la condición física, etc.), e igualmente los muebles y el equipamiento requerido. 

La comunicación entre los diferentes espacios, en los proyectos más simples, se consigue mediante la apertura de huecos entre uno y otro, pero la mayoría de los edificios requieren espacios especiales, horizontales y verticales, destinados a la circulación, pasillos, vestíbulos, escaleras, rampas, ascensores, etc. Éstos se diseñan atendiendo al análisis empleado para diferenciar los usos del edificio. Su función se limita a facilitar el movimiento de personas y cosas por tanto su eficacia depende de que ese movimiento sea directo y fácil. 

Proyecto económico

Los costos más importantes en la construcción de un edificio se centran en el terreno, los materiales y el trabajo. En todos los casos los costos son altos cuando la materia es escasa y son baratos cuando es abundante. Cuando los costos están limitados influyen directamente en el proyecto arquitectónico.

El efecto de los altos valores alcanzados por el terreno limita el espacio ocupado por cualquier edificio y, por tanto, la cantidad de dinero que puede ser invertida en la construcción del mismo. Cuando la cantidad de terreno disponible es limitada, generalmente es necesario construir en altura, esto ocurrió en la antigua Roma con las denominadas ínsula y en la época actual, con los modernos rascacielos. 

Cuando la elección de unos materiales se ve condicionada por el coste, esto repercute en el proyecto, la técnica y la forma de los edificios. Igualmente los altos costes del trabajo determinan la opción de técnicas y por lo tanto la utilización de materiales. Todos estos condicionantes han producido la adopción de técnicas constructivas estandarizadas y el abandono de las prácticas artesanales. 

De esta forma se puede concluir que el proyecto arquitectónico implica no sólo el control del coste de cada área de la edificación, sino los costes globales de terreno, materiales y trabajo, y la aportación de la solución más eficaz al problema arquitectónico.

Técnicas

Las técnicas de la arquitectura se van a tratar aquí como los métodos mediante los cuales se construyen las estructuras con unos materiales determinados. Estos métodos están condicionados no sólo por la disponibilidad y el carácter de los materiales, sino también por el grado de desarrollo tecnológico conseguido por una sociedad. La arquitectura depende de un trabajo perfectamente estructurado, de la existencia de las herramientas y las técnicas precisas, de las manufacturas, del transporte y de la durabilidad de los materiales. 

La evolución de estas técnicas está condicionada por dos fuerzas. Una es económica, la búsqueda de una mayor estabilidad y durabilidad en la construcción con un mínimo de materiales. La otra es estética, el deseo de configurar un determinado espacio. Las técnicas, a lo largo de la historia de la arquitectura, han sufrido un rápido desarrollo atendiendo a dos hechos: que los condicionantes económicos sugieran o determinen la adopción de una determinada estética, y que la aparición de nuevas estéticas y estilos determinen la aplicación de técnicas concretas. 

El último propósito es construir una estructura estable. Las fuerzas que actúan sobre un edificio y lo pueden desestabilizar son, en primer lugar, su propio peso, y en segundo, otras cargas. Estas fuerzas pueden ser activas en todas las direcciones y para mantener la estabilidad deben ser equilibradas. Para ello existen una serie de elementos arquitectónicos que se señalan más adelante. 

Las técnicas constructivas se comprenden atendiendo a las características de los materiales de construcción y a los métodos por los que son utilizadas. 

Materiales de construcción

La construcción de arquitecturas siempre ha estado estrechamente condicionada por las posibilidades de extracción, de transporte y por las técnicas de colocación de los distintos materiales, según su propia estructura y comportamiento, para conformar los espacios requeridos. 

Hay que separar estos materiales en dos grandes grupos, que van a condicionar básicamente el desarrollo de las técnicas constructivas: aquellos que trabajan a compresión, como la piedra, el barro en sus distintas formas, los conglomerados y los hormigones, y aquellos que trabajan a flexión, como la madera o el acero. Toda la historia de la construcción tiene como referente la evolución de las técnicas de uso y de combinación de estos dos grandes grupos de materiales.

Historia de los materiales

Dentro de las construcciones anteriores a la etapa industrial, los materiales utilizados son fundamentalmente de origen vegetal, pétreos y terrosos (adobe, tapial, ladrillo, mampostería o sillería) o mixtas (entramados de madera y barro o piedra, de madera y yeso, etc.).

Los primeros alojamientos humanos tendrían forma de tienda, construcción derivada de colgar sobre un mástil las pieles de los cazadores nómadas. En los pueblos más sedentarios, aparecerían las primeras chozas construidas con ramas y barro. Asimismo, y como derivación del cobijo protohistórico de los animales y hombres en cuevas naturales, se empezarían a producir alojamientos, a menudo de una gran complejidad funcional, tallados por el hombre en rocas compactas.

Desde estas primeras chozas se produce la evolución del barro como material constructivo, se descubren los primeros materiales compuestos: el barro se mezcla con paja que le arma consiguiendo una mayor cohesión y resistencia, o se mezcla con elementos que multiplican su grado de aislamiento, como el estiércol de caballo o de vaca, o con turba. El paso a los conglomerados de barro que propician este tipo de arquitectura es inmediato. Toda la estructura vertical de las construcciones se va a realizar con este material, que se prepara mediante mezclas de tierra, arcilla y arena con agua. Las formas más comunes de estos conglomerados de barro son el adobe y el tapial. La arquitectura construida de barro, adobe y tapial se extiende por todo el mundo a lo largo de la historia. Las primeras ciudades de Mesopotamia, hace 5.000 años, durante las primeras civilizaciones caldeas y sirias, se construyen de barro en sus distintas formas. Posteriormente el endurecimiento de mezclas arcillosas, a través de su cocción, da lugar a los materiales cerámicos. Su hallazgo de origen remoto, se remonta al Neolítico, aunque es el ladrillo el material cerámico más utilizado en construcción y que ha dado lugar, incluso, a estilos arquitectónicos tan singulares como el mudéjar.

La madera es, junto al barro, uno de los materiales primeramente usados por el hombre dadas sus excelentes cualidades. Las construcciones en madera más primitivas se realizaban simplemente uniendo troncos en la parte superior y apoyados en el suelo. Con el tiempo, el desarrollo de las técnicas de construcción posibilitó la realización de una estructura vertical compuesta de pies derechos de madera sobre los que apoyaban vigas horizontales. Es en Grecia donde aparece la carpintería como arte y como técnica, unida a la de los primeros ensamblajes complejos y a las primeras herramientas especializadas, hecho que permite la gran evolución de la estructura de madera. El paso siguiente son las cerchas o cuchillos, elemento estructural completo formado por dos piezas inclinadas, los pares, y otra horizontal, el tirante, que completa la triangulación del conjunto y garantiza su indeformabilidad. Las construcciones griegas adoptan y desarrollan plenamente este tipo de estructura de cuchillos de armadura vertical. En Roma hubo soluciones más complejas de estas estructuras de madera, al incorporar a la estructura las correas y al utilizar el bronce como material en los tirantes. Las características fundamentales de estas soluciones constructivas clásicas definen todas las tipologías que después se mantendrán en la historia de la construcción.

En la Edad Media se desarrollan menos variantes de las estructuras de madera, pero la gran evolución la protagoniza la técnica del entramado, cada vez más complejo. El conjunto de pilares verticales, ahora en varias plantas, vigas horizontales, pares de cubierta inclinadas y, todo ello arriostrado por elementos horizontales e inclinados, rectos o con formas, constituyó unas estructuras espaciales estables que permitían una gran diversidad formal, unido a la gran variedad de los materiales utilizados tanto en el relleno de los espacios entre maderas en las fachadas (barro, adobe, ladrillo o entablados), como en los materiales de cubrición (madera, piedra, pizarra o elementos vegetales como turba o brezo).

Pero, además, la madera, en su conjunto, es mucho más en la historia de la construcción; gracias a ella ha sido posible la ejecución de la mayoría de los edificios clásicos que conocemos, como material de los elementos provisionales destinados a posibilitar la construcción con otros elementos (andamios, apeos y cimbras o encofrados para la ejecución de bóvedas y arcos), como estructura horizontal (vigas de forjados) o como estructuras de cubiertas (correas y cambios sobre cerchas o formas compuestas por pares y tirantes unidos por péndolas y tornapuntas), como zunchos o atados de muros, o conformando propiamente la estructura (pilares, zapatas y vigas), etc. En resumen, la madera ha posibilitado la construcción de la mayoría de las tipologías constructivas existentes.

Junto al barro y la madera, la piedra, tanto por sus variedades, como por sus posibilidades y por su abundancia, ha sido en la historia de la construcción uno de los materiales más utilizados. desde el comienzo de los tiempos. Quizás la construcción más rudimentaria sea el menhir, una gran roca fijada al suelo en posición vertical, aunque las primeras construcciones en piedra debieron de ser muy elementales, casas y cercas para encerrar ganado hechas con la piedra recogida directamente de los campos. Las primeras construcciones de piedra se realizarían sin trabajarlas, a hueso o en seco, piedras naturales, colocadas sin elaboración previa, de forma irregular, de tamaño que permite su colocación a mano; esta técnica se conoce con el nombre de mampuesto y da lugar a las fábricas de mampostería. El sillar es una pieza de piedra de grandes dimensiones, tallada en todas sus caras y con, por lo menos, dos dimensiones mayores de 50 cm. La fábrica de sillería no es otra cosa que la realizada con sillares. El sillarejo sería una piedra intermedia, en todos las órdenes, entre el mampuesto y el sillar.

La primera influencia de los metales como material en la construcción de edificios se debe a la utilización de los mismos en forma de herramientas, que posibilitaban la labra o trabazón de los materiales tradicionales y estimulaban su desarrollo. La Revolución Industrial, que comenzó en Inglaterra hacia el año 1760, acarreó numerosos cambios en todas las culturas del mundo. No es hasta el siglo XIX, con la aparición de los altos hornos, cuando se produce un desarrollo total de este material; la aparición de la fundición y los aceros ha hecho posible el cambio radical en el diseño de las estructuras portantes de los edificios, al posibilitar el salvar grandes vanos con piezas rectas, hecho que ha permitido el desarrollo del racionalismo constructivo y, por tanto, de la arquitectura moderna.

Ya no existen limitaciones en el diseño de estructuras. Tanto en el sentido vertical como en el horizontal, se pueden alcanzar en los edificios alturas insospechadas hasta el siglo XIX, y es posible salvar grandes vanos con luces rectas, con lo que se consigue unos espacios interiores de grandes dimensiones, libres de estructura, con unos procedimientos técnicos de gran simplicidad y con unos montajes, en comparación con las complejas bóvedas utilizadas para salvar estos espacios en los edificios antiguos, de una rapidez extraordinaria.

Ya se ha mencionado la utilización en la construcción antigua de conglomerantes basados en las cales, de conglomerantes hidráulicos y de cementos naturales obtenidos por calcinación de margas. Pero es el descubrimiento y desarrollo de los cementos artificiales, unido el de los aceros, es el hecho que va a impulsar definitivamente la modernización de las técnicas históricas de la construcción.

Los morteros y las pastas de cemento artificiales han venido a sustituir a los conglomerantes históricos que se han venido mencionando. Pero es el hormigón el compuesto que ha posibilitado el desarrollo sin límites de la construcción.

Característica fundamental de la masa de hormigón es su docilidad a adaptarse a moldes. Esta propiedad de la masa fresca de hormigón permite su adaptación a cualquier forma o a cualquier necesidad, por medio de moldes o encofrados, que permiten su uso en todas las variantes que el diseño arquitectónico pueda requerir.

El hormigón en masa se utiliza, dada su escasa resistencia a los esfuerzos a tracción y a flexión, de modo similar al de las piedras naturales, en todas las situaciones estructurales donde solamente existan esfuerzos a compresión, fundamentalmente y al igual que aquellas, en cimentaciones, muros, rellenos, etc.

A partir de estos hormigones, se obtienen los hormigones armados o estructurales formados por la inclusión de armaduras metálicas, de aceros de resistencia normal, en su masa, destinadas a absorber los esfuerzos a tracción provocados por solicitaciones de esfuerzos de flexión. Este nuevo material consigue que las secciones de hormigón trabajen a compresión, y las de acero a tracción, dando como resultado unas piezas de una gran resistencia a todo tipo de solicitaciones que le convierten en un material universalmente utilizado, tanto para elementos verticales – pilares-, como horizontales -vigas-, conformando estructuras completas de una infinita variedad formal y de una gran estabilidad.

Este tipo de hormigón estructural se completa con la variedad del hormigón pretensado obtenido por la inclusión en el hormigonado de piezas de aceros de alta resistencia tensado previamente de una manera permanente.

Construcción

Las técnicas constructivas desarrolladas a partir de estos materiales tradicionales va a dar lugar a los estilos históricos preindustriales. La utilización de forma intuitiva, según las características de trabajo de cada uno de estos materiales, con el objeto de conseguir los espacios internos necesarios como habitación, como relación o como producción, van a condicionar los sistemas constructivos de estas arquitecturas que se pueden dividir en dos grandes grupos: los sistemas estáticos basados en piezas rectas de gran formato, dinteles y arquitrabes, trabajando a flexión con grandes limitaciones por su propia composición y apoyados en estructuras masivas de muros y pilares, o los sistemas dinámicos que transforman los esfuerzos a flexión de las piezas, a través del diseño en arco, bóveda o cúpula, en esfuerzos a compresión que se transmiten hasta las estructuras portantes a través de componentes verticales que absorben muros o pilares y esfuerzos horizontales que se absorben por medio de contrafuertes de distinto diseño.

Las primeras arquitecturas, producidas en el Egipto faraónico, en la Grecia clásica, en Persia e India antes de la conquista musulmana, o en gran parte de la América precolombina, se realizan fundamentalmente con el sistema adintelado o arquitrabado. Los primeros ejemplos de arquitectura adintelada se encuentran en las colosales formaciones megalíticas de la Edad de Piedra y de la Edad del Bronce. Ya 3.000 años antes de Cristo, los mesopotámicos construían templos con muros exteriores de ladrillo y tejados planos sobre vigas o dinteles de madera. La arquitectura religiosa o funeraria egipcia utiliza este mismo sistema: inmensas salas hipóstilas, bosques de enormes pilares macizando el espacio encerrado entre masivos muros de ladrillo e inmensos bloques de piedra como dinteles conforman estas construcciones que se extienden por todo el país. En la Grecia clásica se desarrollan hasta el límite las técnicas de construcción en piedra: magníficas columnatas de distintos órdenes, dórico, jónico o corintio, sustentando grandes dinteles de piedra y, sobre ellos, cornisas o frontones esculpidos. 

Durante el Imperio Romano se olvidan las limitaciones de las estructuras horizontales hasta entonces utilizadas, y se desarrollan y llegan a unos niveles sorprendentes nuevas fórmulas para cubrir los espacios, basadas en el arco, la bóveda y la cúpula, que hacen posible la construcción de edificios de proporciones colosales. Asimismo, desarrollan y universalizan la construcción con sillares, ladrillo u hormigones a base de morteros. Pero es en las cúpulas donde alcanzan una increíble destreza, como ejemplo, el Panteón en Roma. Por otra parte, la construcción de bóvedas paralelas permite la elevación de varias plantas sobre arquerías con un reparto de esfuerzos en pirámide. Por último, el desarrollo del arco o de los conjuntos de arcos, la arquería, posibilita a los arquitectos romanos la construcción de fachadas o de espacios interiores casi libres de estructura vertical, con enormes superficies donde el hueco o el vacío domina al paramento macizo, consiguiendo espacios interiores de gran diafanidad y fachadas ciertamente ligeras.

Los romanos no sólo llevaron al límite las soluciones constructivas heredadas de la antigüedad clásica sino que, con el desarrollo de las técnicas de la construcción de arcos, bóvedas y cúpulas en las que fueron maestros, posibilitaron las soluciones espaciales y constructivas que la evolución de la arquitectura durante la Edad Media, el Renacimiento o el Barroco iba a necesitar. 

La caída del Imperio Romano produjo un caos en el mundo occidental cristiano; la Iglesia Católica fue la única institución del mundo antiguo que sobrevivió. Y es esta organización la que va a seguir construyendo con las técnicas heredadas del mundo antiguo. En España se construyen multitud de edificios en el período prerrománico de gran interés constructivo. Los visigodos cierran sus espacios con magníficos muros de sillería y los cubren con bóvedas soportadas por arquerías. Los mozárabes utilizan esbeltas arquerías de arcos sobrepasados o de herradura. Fuera de España el imperio carolingio sigue estas mismas líneas heredadas del mundo antiguo.

Todas las soluciones constructivas basadas en el arco, la bóveda o la cúpula se van repitiendo a lo largo de la historia. En el período románico se universaliza la sustitución de las armaduras de madera como cubierta por bóvedas corridas, semicirculares o de medio cañón sobre las naves, que apoyaban sobre anchos muros de sillería o de mamposterías reforzados con contrafuertes cuando su masa no era suficiente para este fin, y por la adopción del arco semicircular o de medio punto para la realización de las arquerías y huecos en las fachadas. Este tipo de construcción da como resultado espacios interiores recogidos y aislados y unos ejemplares constructivos de gran robustez.

El estilo gótico no hace, constructivamente, sino utilizar y desarrollar todas las soluciones ensayadas anteriormente. La estructura de esta arquitectura se basa en la concentración de los esfuerzos de las cubiertas en puntos concretos, al contrario de como se hacía en el románico en que el peso de los abovedamientos se repartía a lo largo de los muros portantes. Este tipo de solución estructural se consigue con las bóvedas nervadas: las tradicionales bóvedas de arista transforman sus encuentros en nervios estructurales, sobre los que se apoyan los paños de las bóvedas, simple cerramiento ahora sin función estructural, lo que permite que los pesados arcos fajones antiguos se transformen, asimismo, en ligeros nervios principales o arcos formeros. Todos estos nervios convergen en los puntos de apoyo, pilares o grupos de pilares que, ante la ligereza de la cubierta, pueden diseñarse con una esbeltez extraordinaria. El conjunto resulta como una diáfana estructura a base de elementos verticales, al haberse liberado los muros de las cargas de la cubierta, de los que parten haces de nervios estructurales de secciones mínimas. Además, el arquitecto gótico diseña una serie de elementos exteriores al edificio, los arbotantes y los botareles, destinados a equilibrar la estructura absorbiendo los empujes horizontales. Este diseño del edificio gótico libera a los muros tradicionales de su función de carga convirtiéndolos en simples cerramientos del espacio, a la manera de como se construye la arquitectura moderna, propiciando incluso su sustitución por paños acristalados, como sucede en las grandes catedrales.

El Renacimiento redescubre la esencia de la arquitectura romana, estudiando fundamentalmente los restos construidos y las reglas contenidas en los tratados de Vitrubio sobre la era augusta. Enfatizó las ideas modulares y los reglas de la proporción y de la simetría y resucitó los órdenes clásicos. Arquitecturas horizontales, centradas y simétricas, se resuelven con sistemas constructivos arquitrabados o adintelados, con superposición de arquerías de los distintos órdenes y con cubriciones planas de madera. Las cúpulas se siguen utilizando ahora para cubrir los lugares centrales de las plantas o los cruceros de las iglesias.

El barroco, desde el punto de vista constructivo, utiliza los mismos elementos y el lenguaje básico descrito para las épocas renacentista y clásica antigua. El desarrollo de la decoración en estas construcciones llevó a límites realmente increíbles las técnicas del tratamiento de los yesos, los estucos, las pinturas, la azulejería o los trabajos de labra de la piedra y de las sillerías. Y son estos sistemas constructivos, muros de carga, arquerías o sucesiones de pilares, resueltos con lenguajes clásicos, que soportan techos planos de madera o cúpulas, los que perviven hasta la aparición de los modernos materiales de construcción, el acero y los hormigones, ya en la época de la arquitectura moderna.

La arquitectura popular, de la que se hablará al final del artículo, se caracteriza por no seguir ningún estilo específico, ni estar proyectada por un especialista, sino que se construye directamente por los artesanos y normalmente utiliza los materiales disponibles en la zona.

Elementos de construcción

Son las piezas encargadas del armazón, forma y calidad estética de un edificio, piezas íntimamente trabadas entre sí hasta su perfecta unidad dentro del conjunto, que se consigue por fusión completa de los elementos o contrastando unos con otros con entidad y valor propio. El espacio así limitado consigue definir formas internas y externas. Hay unos elementos arquitectónicos encargados de separar el volumen del ambiente que lo rodea, y otros internos de separación de plantas, de distribución, de sustentación, definidores de su aspecto y función interiores. Existen, por fin, otros de relación interna y externa: puertas y ventanas, así como los estéticos condicionados por todos los anteriores, ordenados, valorados y acentuados por la decoración y ornamentación. 

Muros

Son elementos constructivos en los que su espesor es menor que su longitud y su altura. Se presentan en dos tipos resistentes y de cerramiento. El primero es el que soporta algún elemento estructural o sujeto al terreno; está construido de mampostería, de fábrica o de hormigón. El segundo es aquel que separa el espacio interior del exterior.

Los muros resistentes están construidos con un espesor proporcional a las cargas que tienen que resistir: su propio peso, la carga de los elementos que tiene que soportar y las fuerzas laterales que le son enviadas. En la mayor parte de las ocasiones la naturaleza de los propios materiales permite resistir fuerzas sin necesidad de aumentar la masa del muro, o lo hace la propia complejidad de la estructura del edificio. Los huecos que se abren en el muro, puertas y ventanas, desvían las fuerzas hacia los laterales del mismo; en edificios de varias plantas los huecos se deben colocar uno sobre otro para dejar masas verticales ininterrumpidas que transfieran los empujes directamente a la tierra. El número de huecos que se pueden abrir depende de la fuerza de la estructura y de las tensiones de la propia pared. 

La colocación de los muros es determinante para saber el tipo de soporte que se ha de utilizar en suelos y techos. El elemento de ayuda más común es la viga, que debe quedar sujeta a las paredes en ambos extremos.

A excepción de los muros de jardín, los muros de cerramiento aparecen solamente en estructuras donde las cargas son recogidas por otros elementos como vigas de madera u otros esqueletos. Actualmente el acero y los refuerzos de hormigón permiten que todas las paredes se conviertan simplemente en muros de cerramiento, los denominados muros cortina o pantalla, en los que se puede utilizar cualquier tipo de material, los materiales tradicionales, el plástico, el cristal, aleaciones de metal, etc. Esta libertad permite también que las paredes presenten formas distintas dando paso a una mayor capacidad creativa. 

Pilares y dinteles

La forma más simple en la construcción de carga y de soporte es el sistema de pilar y dintel, en el cual los miembros verticales, como postes, columnas, pilares, etc., soportan otro miembro horizontal como un dintel, una viga, etc. Este sistema es la base que permite la apertura de huecos en los muros, en su forma pura sólo se observa en columnatas y en estructuras de armazón, puertas, ventanas, techos, etc.

Pero, el trabajo del dintel es soportar las cargas sobre él y su propia carga sin deformarse o romperse, esto puede ocurrir si el dintel es demasiado débil o es demasiado largo. Los dinteles de materiales que no trabajan a flexión, como la piedra, tienen que ser cortos, mientras que los que son de materiales que trabajan a flexión, como la madera o el acero, pueden ser mucho mayores. Los dinteles de albañilería son ineficaces por la falta de cohesión del mortero. 

El trabajo del pilar es soportar las cargas del dintel sin deformarse o torcerse. Esto ocurre si no se utilizan los materiales adecuados, que en este caso son los que trabajan a compresión, como la piedra. También puede utilizarse la madera, dependiendo de la carga, o el acero, los postes de ladrillo o albañilería también pueden ser altamente eficientes.

Desde épocas prehistóricas y hasta el imperio romano, la estructura de pilar-dintel fue la más utilizada en el diseño arquitectónico. Los interiores de templos egipcios y los exteriores de los templos griegos fueron proyectados con columnas como elemento sustentante de las estructuras adinteladas. El desarrollo del arco y de la bóveda fue un desafío para este sistema, sin embargo, no redujo su importancia en la arquitectura.

Este sistema se fue refinando pero en lo fundamental no se ha alterado hasta la aparición del hierro colado, que posibilitó la reducción de la masa general del edificio. Muchas de las construcciones de los grandes y modernos edificios se basan en la estructuras de pilar y dintel del pasado, pero el acero permite realizar estructuras mucho más finas e infinitamente más altas. Una de sus últimas aplicaciones son los pilares hongo de hormigón.

Arcos

Los primeros constructores de espacios cerrados podían, en un primer momento, abrir solamente aperturas angostas debido a la escasez y pesadez de los dinteles de piedras monolíticas. Con la invención del arco se solventaron distintos problemas, primero, se podrían abrir amplios huecos utilizando pequeños bloques de ladrillo o piedra; la fábrica del arco, en el borde superior, donde forma una más amplia circunferencia, está formada por bloques en forma de cuña de distinto tamaño que presionan firmemente contra la superficie entera de bloques vecinos y conducen cargas uniformemente. Los empujes de los elementos sustentados se reciben en los dos pilares o puntos fijos sobre los que descansa el propio arco, desviándolos lateralmente. Esta estructura de arcos crea una serie de problemas de equilibrio que no plantea la estructura adintelada. 

El tamaño de un arco está limitado simplemente a la economía, los grandes arcos ejercen grandes empujes y por tanto deben poseer importantes refuerzos caros de construir. Según resuelva el problema de combinar la fuerza de apoyo vertical con la descarga lateral, el arco puede ser de medio punto, de herradura, de ojiva, apuntado, etc. Las dos tendencias principales del arco son las de realizar una media circunferencia, o apuntarse realizando una forma intermedia entre la circunferencia y el triángulo.

Pese a que los arcos eran conocidos como estructura en el antiguo Egipto, se consideraron inadecuados para utilizarlos en su arquitectura monumental. Así, la arquitectura egipcia empleó el sistema adintelado y el arco sólo fue usado con un carácter excepcional y en partes no visibles. El ejemplar más antiguo que se conoce es el de Deuderah (3500 a.C.), construido de adobes. Como elemento constructivo adquirió plena importancia en la arquitectura mesopotámica, de donde lo aprendió la asiria. Los hititas y los micénicos emplearon el seudo-arco. Los griegos de la época clásica lo utilizaron en excepcionales ocasiones, aunque se fue haciendo más común en la arquitectura helenística. Los romanos aprendieron la técnica de los antiguos etruscos y la desarrollaron plenamente uniendo las dovelas con argamasa o grapas. En casi todos sus monumentos públicos utilizaron este elemento constructivo, que tras ellos fue adoptado por toda la arquitectura cristiana medieval.

Esta arquitectura utilizó el arco de forma sistemática, su amplio empleo determinó que durante mucho tiempo se considerara este elemento como una de las características que diferencian unos estilos arquitectónicos de otros. Aunque un único elemento constructivo no puede definir toda una forma de entender la arquitectura, es indudable que el empleo de los diferentes arcos determina una imagen peculiar de la misma. No de una forma excluyente, la arquitectura románica empleó con una mayor profusión el arco de medio punto, frente a la gótica que lo hizo con el arco apuntado. En el Renacimiento se emplearon, preferentemente, el arco de medio punto y el rebajado.

La arquitectura islámica se sirvió fundamentalmente del arco de herradura, aunque éste ya había sido utilizado en la arquitectura bizantina, en Armenia y en Siria. En España, el arco de herradura o sobrepasado fue empleado anteriormente por la arquitectura visigoda y mozárabe.

En la actualidad, la arquitectura moderna ha introducido el empleo del arco parabólico.

Cubiertas

Se entiende por cubierta el cerramiento, ya sea plano o inclinado, que limita superiormente el edificio, y la protege de los fenómenos atmosféricos. 

La función primordial que debe cumplir una cubierta es la impermeabilidad a la lluvia o a la nieve, lo que se resuelve mediante elementos laminares que, al estar colocados con cierta pendiente, evacuen el agua en el menor tiempo posible evitando las filtraciones. La cubierta debe asegurar aspectos hidro-térmicos, aislamiento térmico, absorción de dilataciones e impedimento del paso de vapor de agua.

Respecto al acabado exterior, para cubiertas inclinadas se utilizan materiales como las tejas, la pizarra, la chapa de cinc y la chapa de plomo; mientras que las cubiertas planas pueden llevar multitud de acabados, como solados, gravas, betunes asfálticos, etc. Las cubiertas especiales son las bóvedas y las cúpulas.

Bóvedas

La evolución de la bóveda comienza con el descubrimiento del arco. La forma básica de bóveda de cañón aparece por primera vez en el Egipto antiguo y en el cercano Oriente como una forma profunda o tridimensional de arco. Puesto que la bóveda de cañón ejerce empujes, al igual que lo hace el arco, los muros deben ser reforzados a lo largo de su recorrido y el número de huecos que se pueden abrir en los mismos son limitados. 

Los constructores romanos descubrieron la bóveda de arista, con la que se podrían abrir huecos. Se construía con dos bóvedas de cañón de la misma flecha y diámetro, que se intersectaban sobre planta cuadrada, y que se podría repetir seriadamente para cubrir una planta rectangular. Ésta tiene la ventaja de que sus empujes se concentran en las cuatro esquinas, por lo que la estructura de los muros no tiene que ser uniformemente masiva, sino que sólo se refuerza en estas esquinas.

Las ventajas de la bóveda de arista posibilitaron a los constructores góticos desarrollar modificaciones como la bóveda de crucería, tan utilizada en este tipo de arquitectura. La bóveda de arista proporciona una estructura de arcos que los constructores góticos alargaron utilizando el arco apuntado, lo que permitió la intersección de dos bóvedas de arista de distinta anchura pero de la misma altura. Este sistema permitía distribuir en más puntos los empujes que eran enviados al exterior y que son recogidos por los arbotantes, elementos de invención propia de la arquitectura gótica, que a su vez los envían a los contrafuertes. Este avance técnico permitió aligerar los muros que fueron horadados por enormes vanos cubiertos de vidrieras. Tras los avances góticos no se volvió a producir una renovación en las bóvedas hasta la aparición de los nuevos materiales en el siglo XIX. Las grandes bóvedas de ligeros arcos de acero fueron construidas para materiales como el cristal, el mejor ejemplo está en el palacio de cristal de Londres. La eliminación del peso y del empuje excesivo, la libertad en el uso de los materiales, permitió la utilización de bóvedas tan pesadas como la de cañón en cualquier estructura. Pero todos estos nuevos sistemas hicieron que la bóveda perdiera su función estructural para convertirse casi en un elemento decorativo. 

Cúpulas

El origen de la cúpula se remonta a los techados de las cabañas circulares mesopotámicas, construidas hace unos seis mil años, o a las tumbas redondas de Oriente Próximo, en India y en la región del Mediterráneo, pero tuvo un escaso desarrollo. Este elemento constructivo se fue perdiendo y las culturas cretomicénicas (siglo XIV a.C.) recurrieron a las «falsas cúpulas», mientras que la arquitectura griega nunca la utilizó optando por las estructuras adinteladas.

Fueron los romanos los que recuperaron y desarrollaron la técnica de la cúpula que ha llegado hasta nuestros días, cuyo culmen es la cúpula del Panteón de Roma, construido entre el 118 y el 128 d.C. En él se construye una cúpula masiva semiesférica de 43,5 metros de luz libre, de hormigón cuya densidad se rebaja gradualmente conforme aumenta su altura, que apoya sobre un grueso muro perimetral.

Tras los romanos, la arquitectura paleocristiana continuó empleando esta estructura, aunque en menor proporción y para edificios de menor tamaño, fundamentalmente mausoleos y baptisterios. En la arquitectura bizantina se consiguió dar un paso más en la construcción de estas estructuras y Santa Sofía de Constantinopla (532-537) marca un hito en la historia de la arquitectura y de la construcción, con una cúpula de 31 metros de diámetro.

La arquitectura islámica conserva la técnica constructiva romana, aportando una innovación: la cúpula califal (desarrollada durante el califato de Córdoba), donde ocho nervios estructurales dibujan un polígono estrellado al cruzarse.

El Renacimiento italiano construyó dos de las cúpulas más impresionantes de la historia de la arquitectura: la de Santa María de las Flores de Brunelleschi y la de San Pedro del Vaticano de Miguel Ángel. En el resto de los estilos las cúpulas fueron utilizadas con la misma profusión. 

El avance más significativo de este elemento se produjo en el siglo XX con el desarrollo de las técnicas constructivas y la utilización de nuevos materiales. En 1947 aparece la cúpula geodésica de R. Buckminster Fuller, y más tarde las cúpulas de Pier Luigi Nervi construidas mediante el entrelazamiento de vigas de hormigón armado pretensado.

Percepción de la Arquitectura

La percepción de la arquitectura es, en esencia, la forma de conocer y de acercarse a la naturaleza y al significado de la misma. Las funciones y las técnicas utilizadas en un edificio cuentan con otra fuerza que las transforma y a través de la cual son interpretadas en las distintas épocas, la estética artística. La percepción de la estética de la arquitectura varía dependiendo de la cultura, del lugar o de la época, o incluso dependiendo de los distintos estilos. El estilo encierra los significados de una cultura y las ideas de sus arquitectos; los límites de un estilo pueden ser nacionales y geográficos, como el arte japonés, el arte maya o azteca; pueden ser religiosos, como el arte islámico; o pueden ser intelectuales, como el renacimiento o el clasicismo. Cada uno de estos límites, al abrazar distintas unidades raciales, lingüísticas, nacionales, etc. produce interpretaciones matizadas de un mismo estilo, dependiendo de las ciudades, los grupos sociales, los propios arquitectos o los artesanos que los ejecuten. 

Los estilos artísticos pueden tener una larga vida, por ejemplo el estilo egipcio que pervivió, sin apenas modificaciones, durante 3.000 años; o, por el contrario, una mínima duración como el estilo gótico o el barroco, que se mantuvo durante 200 años. Las principales fuerzas que contribuyen a su creación son: la tradición, las experiencias acumuladas en la práctica arquitectónica, la influencia, las experiencias contemporáneas fuera del ambiente cultural inmediato, y la innovación, la contribución creativa de una cultura o de un arquitecto. Estas fuerzas actúan produciendo una evolución dentro de cada estilo y, en última instancia, generan uno nuevo que deja obsoleto al anterior.

Los componentes de la percepción que permiten comunicar los valores de un estilo son el contenido y la forma. Puesto que el contenido se explica mediante la forma, los dos conforman un todo orgánico que únicamente se puede separar, como se hará aquí, por una cuestión didáctica; así serán examinados por una parte el contenido, para distinguir el significado específico y concreto de la arquitectura, y por otra, la forma o expresión abstracta de las calidades. 

Contenido

El contenido es el sujeto inmaterial de la arquitectura, el elemento que comunica los específicos significados con los que ha de interpretar en una sociedad las funciones y técnicas de los edificios. 

Símbolo y función 

El arquitecto, cuando proyecta un edificio, comienza haciendo una serie de bocetos de los que va seleccionando aquellos que se adecuan de forma más precisa a sus propósitos. El proyecto final es siempre un dibujo, una arquitectura en papel, de la que arranca la realización del proyecto definitivo. El dibujo inicial de un edificio puede seguirse al pie de la letra o alterarse, pero siempre se parte de esa memoria gráfica en la que el arquitecto fija inicialmente su idea a través de la representación. Un plano, una sección de un edificio antes de ser realizado, no es otra cosa que el dibujo de una representación imaginada.

La sociedad requiere de la arquitectura no sólo compartir sus aspiraciones de organización sino también satisfacer sus necesidades prácticas. Así existen diferencias en el entendimiento de la obra arquitectónica, diferencias en los proyectos arquitectónicos, en las distintas tipologías de edificios, en los tipos de uso y en las tradiciones y las costumbres de los que la utilizan. Por lo tanto cuando las formas arquitectónicas se convierten en vehículos del contenido de las mismas, la planta, la secciones y la decoración, se transforman en simbólicas. Su simbolismo puede reconocerse consciente o inconscientemente, por la asociación de elementos que uno conoce de otros edificios de la misma tipología o por sugerencias y referencias universales. Uno comprende el significado de los símbolos por asociación, porque leyes estáticas frenan a los constructores para evitar poner formas no familiares que no sugieran una cierta tradición, de ahí que los nuevos edificios conservan un vocabulario bastante constante. Pero el significado de los símbolos de la arquitectura puede cambiar, aunque el proceso debe ser lógico y gradual para que no se produzca un cambio irracional que haría perder el propósito de comunicar la función de un edificio. 

El proyecto arquitectónico, cuando se usa simbólicamente, se comunica a través de formas que han adquirido ese significado simbólico. En muy distintas culturas prehistóricas, el círculo, con su sugerencia a los planetas y a otras manifestaciones de la naturaleza, adquirió una significación simbólica y fue utilizado en las plantas de las casas, en las de las tumbas, y en las estructuras religiosas; cuando las técnicas lo permitieron estas plantas circulares se combinaron con la cubierta de bóveda, que también adquirió un fuerte simbolismo. Frente a ello, en los templos hindúes el cuadrado, y las formas construidas con él, representan la armonía celestial. Las plantas de las iglesias cristianas, en forma de círculo, polígono, elipse o cruz griega, fascinaron a los arquitectos del Renacimiento por sus valores simbólicos y tradicionales; aunque éstas se encuentran en numerosos tratados, en la práctica se utilizaron preferentemente las plantas rectangulares de las basílicas. 

Desde la Antigüedad las formas simbólicas se utilizaron preferentemente en el ámbito religioso y fueron desapareciendo gradualmente a lo largo del siglo XIX y XX; los edificios modernos están condicionados por los problemas de la forma, la relaciones entre espacio y masa, etc., o por las demandas de uso, más que por la intención de comunicar valores simbólicos.

Existen una serie de elementos que a lo largo de la historia de la arquitectura han gozado de un gran simbolismo, como las cúpulas o bóvedas, las torres, las escaleras, los pórticos y las columnas. La cúpula adquiere los valores simbólicos del círculo, mucho más teniendo en cuenta que es un elemento de cubrición. Antes que las cúpulas tuvieran una resolución técnica apropiada, la forma de media esfera fue asociada a la bóveda celeste, por lo que luego, a lo largo de la historia, las cúpulas han sido decoradas con estrellas y símbolos astrológicos. Para la Roma antigua, el cristianismo y los indios budistas, la cúpula vino a significar el poder universal. En el Renacimiento se empezó a utilizar en palacios y edificios de gobierno, conservando su carga simbólica. En los Estados Unidos el Capitolio se cubre con una gran cúpula, el símbolo ha sobrevivido, aunque no con los significados originales. 

Igualmente las torres se han asociado siempre a un simbolismo de poder, hasta el punto de que las ciudades medievales italianas se convirtieron en auténticos bosques de torres erigidas por los nobles en una constante competición por demostrar su supremacía. Esta idea sobrevive en los rascacielos modernos en los que su altura, más que su belleza o funcionalidad, es el elemento de preeminencia. 

Los elementos arquitectónicos creados para facilitar el uso del edificio pueden, igualmente, adquirir un valor simbólico. En este sentido funciona la escalera, que en muchos de los grandes edificios representativos del pasado se utilizaba como elemento para resaltar la monumentalidad de los mismos; o los pórticos que, desde los pilonos de los antiguos templos egipcios y las puertas de las ciudades babilónicas, se convirtieron en monumentos en sí mismos, con la intención de acentuar el significado del monumento que se coloca tras ellos. De la misma forma, las portadas a lo largo de la historia de la arquitectura han desarrollado un fuerte simbolismo. En la época románica y gótica se convirtieron en el elemento fundamental de la fachada de los edificios y en ellas se concentró la mejor iconografía de estos dos estilos artísticos.

Tales símbolos han llegado a ser arcaicos en la cultura moderna y aparecen como muestra de la resistencia a las nuevas formas.

La decoración es el medio más sencillo para comunicar el significado buscado en los elementos arquitectónicos. La escultura, la pintura, el mosaico, las vidrieras, etc., integradas en el edificio, refuerzan el simbolismo buscado en el mismo. Los elementos arquitectónicos utilizados decorativamente, como los órdenes clásicos, propiciaron durante un tiempo una técnica constructiva, para luego perder su función estructural y quedarse como meros elementos decorativos y simbólicos. En la antigua Roma, en el Renacimiento y a partir de él hasta el siglo XX, los órdenes clásicos fueron aplicados a los edificios utilizando diferentes técnicas, pero en todos como símbolo del mantenimiento del clasicismo como valor arquitectónico. De igual forma el nuevo vocabulario aportado por el estilo gótico desarrolló nuevas técnicas de construir, el arco apuntado, los arbotantes, las agujas, se transformaron, en periodos posteriores, en claros símbolos de romanticismo y de arquitectura religiosa. Frente a ello, el Art Nouveau, al inicio del siglo XX, planteó un sistema decorativo basado en formas florales y orgánicas. Este sistema sobrevivió sólo dos décadas, quizá porque sus símbolos no derivaron de la tradición o de un sistema estructural concreto. 

La función de las artes decorativas en la transmisión del significado de la arquitectura es fundamental. Las artes decorativas no sólo ofrecen medios más específicos de comunicación que cualquier elemento arquitectónico, sino que en muchos estilos arquitectónicos definen el carácter de la masa y del espacio. Las esculturas de los templos hindúes, las vidrieras de las catedrales góticas, los mosaicos de los templos bizantinos, no son exclusivamente elementos decorativos, sino que determinan la forma misma del edificio. 

En la arquitectura moderna la falta de elementos tradicionales simbólicos expresa pautas de la cultura del siglo XX. En esta época la arquitectura, como la pintura y la escultura y otras artes, ha tendido a la abstracción, a acentuar la calidad de la forma, más que a trasmitir ideas simbólicas. 

Percepción y Técnica

Las características de los materiales son fundamentales para definir el diseño y las técnicas que se han de utilizar en la construcción. Sus propiedades pueden determinar el tratamiento de la superficie del edificio e incluso sus dimensiones y la forma de conectar las diferentes partes del mismo. 

La dureza, el peso y la composición de un material como la piedra ha sido, tradicionalmente, acentuado por tratamientos desconectados de las necesidades estructurales, el tratamiento a la rústica, con acabados de superficies ásperas y desiguales, el labrado, con cortes lineales y escuadrados, y el pulido, con acabados alisados y abrillantados. 

Nichos, hendiduras, salientes, molduras, son elementos que liberan a los muros de su planitud y que conectan las diferentes partes del edificio. 

Las características de la madera se sugieren acentuando su textura en los elementos que están compuestos de ella o forrados con ella. 

Muchos elementos de las catedrales góticas revelan y son casi un esquema de su estructura; los soportes se resuelven como haces de columnas, cada una de las cuales se extiende hacía arriba, sin interrupción, para dar lugar a los nervios de la bóvedas; los propios nervios muestran la técnica utilizada; los arbotantes y la tracería de la ventanas son una elegante interpretación de la función que realizan. En los modernos edificios de estructura de acero, las formas del esqueleto se ocultan, pero se realzan en la fachada para permitir una transparencia que muestre la técnica. También el sistema permite expresar la ligereza y la independencia de los muros cortina por la utilización de materiales delicados como el cristal.

Pero la presentación de la técnica no es característica de todos los estilos arquitectónicos sino solamente de algunos, como el gótico y el moderno, en los que las nuevas técnicas estimulan una búsqueda de proyectos interpretativos de estas técnicas y sus materiales. A lo largo de la historia de la arquitectura ha existido la tendencia de ocultar los materiales y los métodos mediante formas decorativas o con recubrimientos de estuco, chapa o pintura. La mayoría de la arquitectura en piedra de Egipto, Grecia o India conservó, como elementos decorativos, lo que habían sido elementos arquitectónicos en las estructuras de madera. El mármol con que se construyeron numerosos templos griegos fue recubierto de estuco, el ladrillo romano fue ocultado con losas de mármol coloreado, y las columnas de hierro colado del siglo XIX fueron moldeadas con formas clásicas o góticas. La historia de las bóvedas está llena de ejemplos en los que se pretende ocultar el efecto real de la misma, mediante pinturas que representan rompimientos de cielo. 

El aspecto técnico ha sido uno de los grandes puntos de la teoría de la arquitectura del siglo XX, desde los inicios del mismo, y ha representado una reacción contra el simbolismo de la arquitectura del siglo XIX. Es esencial para la compresión de la arquitectura moderna que la manifestación de la técnica se vea como arte, una interpretación creativa que aumente el contenido de la naturaleza de la arquitectura. 

Forma

Dentro del contexto de la función y la técnica de un edificio, el arquitecto es el responsable de combinar tradición y tecnología, al tiempo que es libre de manifestar sus propias concepciones. Como en otras artes y ciencias, algunos individuos generan nuevos estilos, y otros los siguen, interpretando estos estilos de manera original y personal, aunque la mayoría sanciona un estilo determinado dentro de sus características y normas y le perpetúan sin dejar huella sobre él.

Cuando se habla de forma en arte, no solamente se habla del espacio físico, es decir la dimensión de una variable, sino también del trabajo y la masa física de un trabajo e incluso de todos los elementos que han contribuido a la estructura y a la composición estética de ese trabajo. Muchos de ellos no cuentan con una forma concreta -el espacio en arquitectura- hasta que no se organizan en un conjunto. Los elementos formales de la arquitectura son espacio y masa. El proceso de ordenar estos elementos en una forma concreta se llama composición, y los medios fundamentales por los que adquieren naturaleza estética son la escala, la luz, la textura y el color.

Espacio y Masa

El espacio es ese ámbito inmaterial, sugerido por el pintor y el escultor y que el arquitecto realiza, creando un dominio enteramente humano y finito dentro del ambiente infinito de la naturaleza. El concepto de que el espacio puede tener una cualidad fuera del vacío es difícil de comprender. Cuando se entra en un edificio, el suelo, las paredes, el techo, todo está pensado y estudiado, mientras que el espacio, en el sentido en el que se suele pensar en él, está vacío: existe una ausencia de masa llena de aire. 

Las experiencias espaciales son comunes a todos, aunque no siempre sean conscientes; uno se siente inseguro en una cueva de escasa altura o en un desfiladero estrecho y se siente eufórico y poderoso en una cumbre; estas son la reacciones psicológicas tras el resultado de medir la capacidad humana con el espacio circundante. Una variedad infinita de estas sensaciones puede ser desarrollada por un arquitecto, porque él controla los límites del espacio. 

El concepto es importante primero porque el espectador sabe los movimientos que puede ejecutar en su entorno y segundo porque puede entender los movimientos que no puede ejecutar. Así en la nave de una catedral gótica las paredes altas confinan al espectador en dos caras y restringen sus movimientos, dejándole libre para caminar hacia el altar y obligándolo a mirar hacía las bóvedas para percibir los haces de luz coloreada. El arquitecto gótico organiza una estructura que le permite, mediante una sabia utilización de la técnica, emplear la luz, una luz transfigurada que desmaterializa los elementos del edificio consiguiendo sensaciones de elevación e ingravidez. Frente a ello, la iglesia románica había desarrollado un espacio recogido, aislado del exterior mediante gruesos muros de gran plasticidad, e iluminado por luz natural mediante focos muy concretos, lo que puede caracterizar estos edificios. El artista del Renacimiento va a concebir el espacio como un elemento infinito, homogéneo y unitario, el cual debe cumplir dos requisitos: reflejar fielmente lo que el ojo ve y conformarse siguiendo el principio general de representación científica, teniendo en cuenta las leyes de las matemáticas, la óptica y la geometría.

Por supuesto, uno no utiliza sus ojos exclusivamente para sentir la calidad espacial, porque solamente los espacios más simples, una habitación cúbica, se pueden observar enteramente desde un único punto de vista. La mayor parte de la arquitectura moderna crea una secuencia libre del espacio; las nuevas técnicas y los nuevos materiales permiten despojar a los muros de la función sustentante y en muchos casos incluso eliminarlos. Las paredes se convierten en finas membranas colocadas voluntariamente para crear sensaciones espaciales. 

Pero la experiencia espacial no se restringe sólo a los interiores de los edificios. Las sensaciones espaciales se pueden crear también en las ciudades, mediante el trazado de sus calles, sus plazas y las manzanas de su edificios, o en los jardines donde se combina el espacio natural con la organización arquitectónica del mismo. 

El exterior de un único edificio, si se entiende aislado de cualquier otro elemento arquitectónico, no crea espacio, simplemente ocupa el espacio propio de la naturaleza, así se puede entender como una escultura en términos del juego de las masas con el vacío. 

Cierto tipo de arquitectura depende mucho más de la expresión de la masa que de la del espacio. La pirámide egipcia o la stupa india son arquitectónicas en la función y en la técnica y esculturales en la expresión, no crean ningún espacio interior significativo. El interior de un templo griego presenta poco interés si se compara con el maravilloso juego espacial que forma su columnata exterior; frente a ello, la arquitectura cristiana y bizantina invierten este énfasis y desarrollan un magnífico y místico espacio exterior. La arquitectura gótica juega con estos dos intereses, la imagen exterior de la catedral gótica dominando el espacio de la ciudad, el poder terrenal, y la imagen interior, que consigue sensaciones de elevación, ingravidez y espiritualidad.

Composición

Espacio y masa son los principios que conforman la arquitectura, con ellos el arquitecto concibe una idea que consigue plasmar mediante el proceso de la composición. La composición es la organización, la estructuración de un conjunto mediante todos sus componentes, la concepción de cada uno de los elementos, la interrelación de estos elementos y cómo cada uno de ellos se relaciona con la forma total.

El elemento arquitectónico más simple es un plano, la superficie plana, de dos dimensiones. El plano más simple es el rectangular, la pared de una habitación. Esta pared adquiere naturaleza gracias a la proporción de sus dimensiones; cuando se abre una puerta en la pared, ésta también tiene su propio juego de proporciones por lo que hay que componer la relación de las proporciones de dos elementos diferenciados. Así sucesivamente. Esta pared, además, puede enriquecerse y hacerse más sutil mediante superficies irregulares o curvadas o cualquier otro elemento que sugiera profundidad. Pero ninguno de los planos arquitectónicos está solo, se interseca siempre con otros planos. Una pared determina otras dos paredes, el suelo y el techo. La composición total de una pared se realiza atendiendo a la composición de otros planos en un todo tridimensional. 

Los medios para alcanzar el equilibrio y la armonía en la composición de un elemento difieren en cada estilo. Los arquitectos griegos desarrollaron un sistema de proporciones basado en el diámetro más pequeño de la columna del templo, desde el cual el resto de las medidas se derivaban por multiplicación o división de esta primera proporción; la belleza y la armonía en arquitectura, y en el resto de las artes, fue entendida por éstos como la proporción numérica entre las partes. Los arquitectos medievales utilizaron, en principio, medidas aritméticas basadas en la medida del área de la planta del edificio; con el gótico se cambia al sistema geométrico, que emplea fundamentalmente el triángulo equilátero y el cuadrado, figuras que adquieren un valor simbólico y místico. En la teoría del Renacimiento, las proporciones y la armonía fueron desarrolladas por un sistema de composición musical; los arquitectos creían que la relación entre todas las artes dependía de una armonía celestial que dominaba todo. La arquitectura moderna ha desarrollado distintos sistemas de proporción, ejemplo el Modulor de Le Corbusier, pero ninguno ha sido aceptado ampliamente. 

Detrás de todos estos sistemas teóricos, que cambian con cada estilo, parece haber una necesidad humana para establecer unas relaciones espaciales que distingan la armonía de la disonancia. Esta respuesta psicológica está conectada con la propia proporción del hombre, con su capacidad de movimiento y con su estatura. 

Aunque algunos edificios han creado sólo un espacio interior, el Panteón de Roma, o un espacio exterior, las pirámides de Egipto, no por ello deja de tener en los mismos una importancia determinante el sistema de proporciones y la composición de los elementos del edificio. La composición adquiere un carácter más rico si lo que hay que ordenar son dos espacios o masas en un mismo conjunto; el espectador al moverse por el espacio y en torno a la masa no solamente disfruta de un espacio, sino que lo relaciona con el que lo precede y con el que lo sigue consiguiendo una sensación de conjunto en la que éste es superior a la suma de cada uno de los elementos. En la catedral gótica, la nave, los pasillos junto a ella, el transepto, el coro, el ábside, la gorila, conforman el espacio de la catedral, pero además se pueden admirar por separado por su propia calidad en cuanto a espacios resueltos. 

En la arquitectura moderna, como en la pintura moderna, las leyes del Renacimiento que regían la composición, que acentuaban la simetría y el equilibrio de todas las semiunidades del edificio, han sido suplantados por los principios que postulan la continuidad y la falta de distinción entre todos los elementos del conjunto. De aquí surge el término biológico “orgánico” que se utiliza para describir un proceso interno en el que la composición desarrolla espacios y masas interdependientes que funcionan como miembros de un organismo. 

Si la intención de la composición fuera, simplemente, una cuestión de ordenar, el proceso sería mecánico, no creativo, y toda la arquitectura tendría la misma valoración. Pero el propósito de la composición es expresar unos conceptos y unas experiencias determinadas, y es acertado cuando se consiguen comunicar íntegramente al observador.

Escala

Cuando las proporciones de la composición se aplican a un edificio determinado, sus relaciones deben armonizarse con otro elemento, el observador. Él ve no sólo las proporciones de una puerta, sino su relación con las proporciones de la pared, y además las asocia con su propia proporción. Esta relación es lo que se denomina escala. 

El éxito de la escala depende de la capacidad del arquitecto de comprender el juego de las proporciones, para que la unidad o módulo elegido permita al espectador mirar el edificio y contrastarlo inconscientemente consigo mismo. Los griegos emplearon la columna como módulo para establecer las proporciones de un templo, eligieron una unidad que se puede entender perfectamente, que está cercana al nivel de los ojos cuando una persona se acerca al templo. Este módulo es la clave que unifica la proporción entre todos los elementos.

La arquitectura romana y del Renacimiento conservaron todos los elementos de los órdenes griegos antiguos, ya no como elementos estructurales, sino como elementos decorativos, en parte por esta razón, utilizándolos para romper enormes masas en piezas más comprensibles. En los diversos estilos de arquitectura, tales como el gótico, donde la intención que quiere expresar el edificio requiere grandes proporciones, se establece un módulo que se repite en los muros. Pero no siempre son elementos constructivos los que determinan el módulo empleado en la escala. En la construcción en sillería los bloques de piedra pueden responder a esta misma función.

El moderno rascacielos conserva una escala compresible, pese a su altura, mediante la repetición de un módulo. Ésta es una razón por la que la estructura se manifiesta a menudo al exterior, pese a ocultarse tras los muros. 

Luz

La luz es un elemento necesario al hombre. En arquitectura se utiliza como un elemento tremendamente importante en la configuración del espacio y para manifestar la simbología última del edificio. Es un vehículo fundamental del contenido de la arquitectura. La luz tiene la capacidad de conceder a la masa inerte de la arquitectura la calidad de naturaleza viva. El arquitecto puede utilizarla y controlar sus movimientos más significativos y puede dirigirla mediante las aperturas de huecos en el espacio creado.

Pero además la luz es elemento que ayuda a la configuración de espacios naturales-arquitectónicos en los jardines, o la conformación de espacios representativos en las ciudades, etc. 

El arquitecto controla mejor la luz en el interior que en el exterior, puesto que puede someter la fuente de luz, con cristales y otros materiales transparentes. Puede incluso cambiar su color e intensidad determinando un significado independiente del de su propia estructura. El mejor ejemplo es la catedral gótica donde la luz que penetra en el edificio se transforma en una luz coloreada e irreal mediante las vidrieras, transfigurando el espacio, que se convierte en imaginario y místico, como una visión sobrenatural.

Textura

La textura tiene un doble papel en la arquitectura: comunica la calidad de los materiales, al tiempo que produce variaciones significativas en el valor adquirido por elementos como la luz. Aunque el espectador percibe visualmente ambas cualidades simultáneamente, la primera es más táctil que la segunda, que requiere una asociación visual. 

Las texturas táctiles son propias de cada material y dependen de su composición natural o su fabricación, pero pueden ser alteradas para producir una variedad de calidades. Cualquier piedra se puede utilizar en su estado natural, irregular, puede ser labrada con una textura rugosa, lisa o incluso pulida.

Las texturas visuales se pueden producir mediante la iluminación de una superficie reforzada por la forma en que se han trabajado los materiales, por ejemplo el labrado vertical u horizontal de la piedra, o la forma en que se disponen en el edificio, la colocación de ladrillos, etc. Las texturas visuales, en cualquiera de los casos, crean asociaciones de movimientos, dando ritmo a las superficies. 

Raramente se utiliza una única textura en un edificio. La variedad de materiales y de tratamientos produce, típicamente, una cantidad amplísima de texturas que se deben componer y armonizar como las formas y los espacios de la arquitectura en un todo. 

Color

Puesto que el color es una característica de todos los materiales de la construcción, es una cualidad constante en la arquitectura. Los materiales se seleccionan por su valor estructural y no por su tonalidad, que no cumple en la mayor parte de los casos los requisitos estéticos; este hecho determina que otros materiales elegidos por su color se agreguen a la superficie del edificio, es el caso de los mármoles o de los mosaicos, también las chapas de piedra o de madera, o productos manufacturados que alteran enteramente el carácter de la superficie. 

Pero el color, pese a su importancia, es el elemento menos duradero de la arquitectura, cambia debido a la acción de diferentes agentes como los atmosféricos, que han trasformado la piedra blanquecina de las catedrales góticas en un profundo gris oscuro, o porque los revestimientos pueden ser alterados o arrancados fácilmente, como las planchas coloreadas de estuco de los templos griegos o los revestimientos de mármol de los edificios romanos. 

El entorno

La arquitectura, diferente a otras artes, no se concibe independientemente del entorno que la va a rodear. Los problemas del diseño se extienden más allá de la complejidad de ordenar espacio y masa, para abordar la interrelación que tiene que existir entre ambiente natural y arquitectónico. 

En el proyecto arquitectónico, el arquitecto determina la relación y la armonía que debe existir entre los elementos preexistentes y el paisaje. 

Pero la actividad del arquitecto no se reduce sólo a plantear estructuras en armonía con unas arquitecturas dadas. A través de la historia se han dedicado a determinar nuevas formas para el ambiente en sí mismo, diseñar los entornos naturales con la planificación de parques, caminos, canales, etc.; ordenar el ambiente urbano en zonas residenciales, recreativas, comerciales, etc.

Ornamento

Es difícil establecer en una sola definición todos los conceptos que incluye el de ornamento para la arquitectura, pero se pueden distinguir tres significados básicos y distintos: ornamentación mimética o imitativa, sus formas tienen ciertos significados definidos o simbólicos; ornamentación aplicada, prevista para aumentar la belleza de una estructura extrínseca a ella; y ornamentación orgánica, inherente a la función o los materiales del edificio. 

Ornamentación mimética

Aunque todavía en el siglo XX se sigue utilizando la ornamentación mimética ésta es más propia de la arquitectura de culturas antiguas. Esta tendencia se puede llamar en un principio de mimesis, la mayoría de los edificios de la antigüedad presentan una forma común tanto en las casas como en los sepulcros o santuarios. En las etapas maduras de estas primeras civilizaciones se elaboran tipos constructivos que han superado los prototipos primitivos, su ornamentación, sin embargo, sigue basada en estos modelos.

Los adornos decorativos derivados de elementos estructurales anteriores y de formas simbólicas son innumerables y universales. En el antiguo Egipto los detalles arquitectónicos continuaron reproduciendo fielmente el aspecto de los haces de papiros y de las primitivas construcciones. En Mesopotamia el empleo del ladrillo imitó el efecto constructivo del adobe y la caña primitiva. En los detalles de las piedras talladas en los distintos elementos de los órdenes clásicos, capiteles, entablamentos, molduras, etc., el precedente de la construcción arcaica en madera es claramente perceptible. 

El mantenimiento de la ornamentación mimética en la arquitectura se puede explicar de dos maneras. Tiene un aspecto religioso, ya que desde el principio existió una asociación entre las formas y los ritos religiosos, convirtiéndose en formas sagradas que fueron reproducidas por su valor simbólico. Otro tipo de ornamentación mimética se puede atribuir simplemente a la inercia o al conservadurismo. 

Además existe un factor psicológico, y es que el hombre encuentra tranquilizante el rodearse de formas conocidas y familiares. Por tanto existe una resistencia al cambio, lo que determinó que en el siglo XIX y en el XX, con la introducción de nuevos materiales, éstos reprodujeran formas ya conocidas que imitaban estilos pasados. 

Ornamentación aplicada

En el siglo XIX la ornamentación arquitectónica ejemplificó la tendencia a la ornamentación mimética, pero al tiempo en algunos lugares desarrolló la ornamentación aplicada pura, es decir, sin ningún significado simbólico y sin referencia a la estructura del edificio. En el siglo V a. de J.C. en Grecia, los elementos de los órdenes habían perdido en gran medida cualquier significado simbólico o estructural y se convirtieron en elementos extrínsecos a la estructura. El friso dórico es un ejemplo, su origen, una imitación del efecto de alternar puntas de viga y aperturas en las construcciones arcaicas de madera, seguía siendo evidente, pero se trató como una envoltura decorativa sin ninguna referencia a las formas estructurales reales. 

Al perder su carácter mimético los detalles de los órdenes griegos adquirieron una nueva función, sirvieron para articular o para unificar visualmente el edificio, ordenándolo mediante una serie de unidades integradas, más que como una colección de unidades aisladas. 

El Arco de Triunfo de Roma, con su sistema de decorativas columnas articuladas con entablamentos, es un buen ejemplo, al igual que el Coliseo. La mayor parte de la arquitectura del Renacimiento y del Barroco juegan con los mismos elementos.

La utilización juiciosa e inteligente de la ornamentación aplicada fue una característica de la arquitectura occidental hasta el siglo XIX, pero este hecho se rompió debido a diferentes factores, y se impuso a menudo un indiscriminado e inapropiado uso de la decoración. Las razones para este desarrollo son complejas. Por una parte, era una reacción a un cambio social excesivamente rápido durante el periodo; por otra parte, era un rechazo a la ornamentación exagerada de finales del barroco y del rococó que se produjo tras el siglo XVIII, el exceso de énfasis en valores literarios o sociales asociados al ornamento característico de estilos arquitectónicos históricos. Pero sobre todo incidió el desarrollo de la maquinaria, tal como tornos, simples plantillas que desarrollaron un ornamento prefabricado barato que se colocaba sobre malas estructuras y pretendía dar una sensación de falsa elegancia, de tal forma que el ornamento arquitectónico y las formas arquitectónicas pasaron a ser diseñadas de forma absolutamente independiente. 

Ornamentación orgánica

A principios del siglo XX existía una preocupación entre los teóricos de la arquitectura por establecer una función adecuada al ornamento arquitectónico; a mitad del siglo XX surge el concepto de ornamentación orgánica. Esta idea, sin embargo, no es exclusiva del siglo XX, su concepto principal es que el ornamento en arquitectura debe derivar de la naturaleza del edificio y de los medios usados en su construcción. 

Este principio es propio de la arquitectura religiosa cristiana e islámica del periodo medieval. En el ornamento arquitectónico utilizado por las culturas de India y Persia, así como en las primeras construcciones cristianas y en las bizantinas, existe un elemento mimético muy fuerte. Pero en la Edad Media tanto la arquitectura musulmana como la cristiana evoluciona a formas decorativas orgánicas, es decir, en perfecta fusión con la idea que quiere transmitir el propio edificio. Las iglesias cristianas medievales se conciben como símbolos tangibles del cielo, tanto su estructura arquitectónica como la decoración alojada en ella se diseñan con la intención de suscitar constantemente este simbolismo, ya sea mediante la complejidad o la multiplicidad, todo está pensado para formar íntegramente parte de la estructura arquitectónica y crear un efecto de gloria. 

En el siglo XX la función de la decoración en la arquitectura se ponía en duda, el conocimiento de la arquitectura medieval había aumentado en el siglo XIX con los escritos del crítico inglés John Ruskin y con las teoría neogóticas del francés Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, así como las interpretaciones y aplicaciones del diseñador inglés William Moréis.

El primer resultado de las investigaciones de Viollet-le-Duc fue la aparición de una escuela de arquitectos arqueólogos que eran capaces de aplicar a cualquier tipo de arquitectura los detalles ornamentales de las catedrales y los castillos medievales. De las demostraciones de Ruskin sobre los orígenes de la decoración medieval surgió el movimiento del Arte que exageró la decoración floral y curvilínea; y la insistencia de Moréis por la recuperación de las artesanías suscitó el desarrollo de un movimiento orientado a recuperar el valor artesanal y artístico de las artes decorativas, las Arte ana .

Desde 1870 el arquitecto norteamericano Henry Hobson Richardson adoptó el estilo románico como modelo, surge el neorrománico como la mejor forma de expresar la textura de la piedra; en los ejemplos más maduros de su arquitectura la decoración en su sentido estricto había desaparecido, y se aplicó como efecto estético inherente a la naturaleza y textura de los materiales. La generación que siguió a Richardson desarrolló de forma internacional este principio. 

La decoración arquitectónica entendida como un efecto estético propio de la naturaleza y textura de los materiales como reacción general contra los principios eclécticos del siglo XIX fue desarrollada por grandes arquitectos como Edwin Lutyens y Charles Rennie Mackintosh en Gran Bretaña, Hendrick Petrus Berlage en los Países Bajos y Luis Henry Sullivan en Estados Unidos, principio que se hizo más drástico después de la primera guerra mundial.

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